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Nueva Galicia

viernes, 25 de noviembre de 2016
A Demófilo Pedreira Rumbo, amigo gallego de dos mundos.
Nueva Galicia
En la ribera de Dalcahue, varado sobre estribor, un barco pesquero, de color blanco, ribetes y distintivos azules, luce en la popa su nombre evocador: “Nueva Galicia”. Cuatro hombres se afanan reparándolo; un quinto imparte instrucciones, con inequívoca entonación gallega.

-Buenos días, ¿este barco es suyo?

-Buenos… Hombre, mío no; de la fábrica donde trabajo… Ustedes ¿son periodistas?

-No, sólo viajeros y escribas de ocasión.

-Demófilo Pedreira Rumbo, para servirles.

-¿Gallego?

-Sí señor, exiliado voluntario en Chiloé.

“Ocurrió en Buenos Aires… Vivíamos allí con mi familia, desde 1964; época relativamente feliz, hasta los negros años de la dictadura militar… En 1978, mi hijo mayor, Eusebio, fue asesinado por un comando represivo, junto a mi joven nuera...
“Eran estudiantes de medicina y cursaban el último año en la universidad… Abandonamos Argentina y regresamos a Pontevedra. Entonces, en la empresa que representaba, ofrecieron trasladarme a Dalcahue, a cargo de esta conservera”.

“Yo no conocía Chiloé sino por vagas referencias. Y aquel remoto archipiélago, que parecía desprenderse del mapa, navegando a la deriva hacia los mares del extremo sur, era como mi propio destino hecho signo geográfico. Viajé sin ilusiones, sólo con el propósito de encarar mis temores… El resultado aún me asombra. Encontré una tierra de fuertes semejanzas con la Galicia de mis años mozos. Mirando sus colinas sinuosas, pintadas en infinita variedad de verdes, comprendí que me quedaría por largo tiempo.

“Al cruzar al canal de Chacao me percaté de algo indefinible me había aguardado en aquella comarca para avivar la memoria de mis sueños juveniles, tronchados por la contienda fratricida… No intenté el rescate de un pasado irrecuperable, pero aún latían sus viejos aromas en esos lugares del austro donde el hombre desarrollaba múltiples labores con un sentido primitivo y sabio de la existencia, en esa dualidad que constituye el meollo de nuestras culturas hermanas: la tierra y el mar”.

Demófilo Pedreira Rumbo es oriundo de El Grove, en la costa de Pontevedra. Combatió en el bando republicano, cuando tenía dieciocho años de edad, al inicio de la contienda, en 1936. Un hermano suyo fue fusilado por los franquistas, tres años después de la concluida guerra civil. También su padre, maestro de escuela, “expurgado” por masón y anticlerical. Demófilo, junto a otros vecinos, logró huir de su aldea y atravesar la frontera francesa, permaneciendo once meses en un campo de prisioneros. Marchó luego a México, donde residían parientes de la rama materna, emigrados de Galicia a comienzos de siglo.

“Tuve la fortuna de combatir los primeros meses de mi destierro con Américo Castro, el gran ensayista de la hispanidad creadora. Conocí también a Leopoldo Castedo, quien se radicaría en Chile, en septiembre de 1939. Hombres de su talla moral hicieron para nosotros tangible la esperanza, cuando lo que amábamos iba desintegrándose bajo fatídicas fuerzas, cuya imagen opresiva era el reverso de nuestras convicciones…

“Guardo cálidos recuerdos de ese México fervoroso y libertario. Cuando los falangistas asesinaron a mi padre, maestro de escuela en A Coruña, nos fuimos a la Argentina, con mi madre y dos hermanos… Allá, cuarenta años más tarde, todo pareció hundirse, en cíclica pesadilla, con la muerte de Eusebio. Mi mujer quiso regresar a España; yo preferí Dalcahue, aunque cada año cambio el invierno chilote por el dulce verano gallego en El Grove”

-¿Dónde quieren ir ahora?

-A Curaco de Vélez, y también a Achao, pero no hay autobús, hasta las cuatro de la tarde…

-Hombre, no faltaba más. Los llevo en la camioneta y aprovechamos para charlar un poco.

-Tras las primeras cuestas de la isla de Quinchao aparece el mar, a izquierda o derecha, según trepa el camino por la pedregosa ruta. Quizá Chiloé sea el único sitio de este Último Reino donde el sol surge desde el mar y se acuesta en él en su reposo cotidiano… Casas de madera, desperdigadas sobre las colinas, semejan a lo lejos casales como los de Santa María de Vilaquinte, tal vez porque el color grisáceo de la piedra gallega se asemeja a la tonalidad de las tejuelas de alerce que cubren las casas chilotas, incluyendo el dorado mate del musgo invernal que las cubre.

La locuacidad de Demófilo se derrama como el verde paisaje: a ratos, evocadora y nostálgica; a veces, alegre y ubérrima.

-Cuéntame del Congreso rosaliano, de tus libros, de las actividades culturales en Santiago de Compostela…

Mis frases quedan a medio camino, apagadas por su discurso incesante, que matiza con versos de Rosalía, Curros y Celso Emilio… Lentamente, Chiloé nos impone su ritmo, quietud rumorosa de pájaros y follajes, de viento marino y humos agrarios. En silencio, prosigue un coloquio intraducible, hasta que la voz de Demófilo vuelve por sus fueros.

-Mira, aquí lo mejor es la gente y su mundo, integrados a la tierra con el aporte de tantas generaciones. Pero llega la televisión, invade los hogares y reemplaza ese diálogo maravilloso que se ha destilado junto al fuego, por una jerga superficial, ajena a la idiosincrasia chilota, más corrosiva que todas las opresiones… Las víctimas directas son los jóvenes; un futuro talado sin misericordia, como el ciprés y el alerce, hoy solo recuerdos de estéril nostalgia.

-También ocurre un fenómeno parecido en Galicia, Demófilo. Es una pandemia universal, aunque el galleguismo parece renacer desde esa longa noite de pedra (1) que cantó el poeta Celso Emilio Ferreiro.

-Es cierto. Lo que no pudo lograr la política de Franco contra las nacionalidades peninsulares, lo está consiguiendo la subcultura envasada en Norteamérica, sin que seamos capaces de remediar el brutal avasallamiento.

En Curaco de Vélez, a las nueve de la mañana, no hay ningún restaurante abierto. Recorremos el pueblo solitario. Aparece una mujer, barriendo la vereda. Nos indica, con parsimonia, dónde podemos desayunar.

-Toquen el timbre ahí, en “El Farolito”. Doña Melania da desayuno con pan amasado.

-Pasan, rozándonos, dos enormes perros lanudos, tranquilos e indiferentes.

-A veces me enerva este ritmo. Aún vive en mí mucho del citadino inquieto.

-Por nosotros, no te apures, Demófilo, tenemos tiempo.

-Yo no, hoy, lo siento… Debo vigilar el trabajo del barco. Estamos reparando el “Nueva Galicia” para la temporada del marisco, que este año, según augurio de los brujos chilotes, será buena… Ah, ¿sabes?, la escuela de Dalcahue se llama también “Nueva Galicia”.

Continuamos a pie, rumbo a Achao. Una lluvia fina, orvallo del fin del mundo, nos acompaña por el camino solitario. El viento sur, intermitente y colérico, se lleva nuestras voces hacia el mar.


NOTA:
1. Longa noite de pedra: Larga noche de piedra; alusión al tiempo de la dictadura.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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