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Palabras para Marisol

viernes, 16 de septiembre de 2016
Son palabras que todos repetimos
sintiendo como nuestras, y vuelan.
Son más que lo mentado.
Son lo más necesario:
lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo,
y en la tierra son actos…
Gabriel Celaya


Nuestras primeras palabras fueron pronunciadas en el bar “La Pauta”, el lunes 4 de julio de 1988, con ocasión de las lecturas “Poetas por la Democracia”, que inauguraron una serie de actos previos al plebiscito de ese año, en que la simple sílaba “No”, articulada por millones de compatriotas, logró defenestrar al sátrapa criollo, dictador zafio y asesino, Augusto Pinochet Ugarte.

Leí tres poemas de mi libro Rebeca, y al parecer te gustaron, porque te acercaste a mí cuando bajaba del pequeño escenario y salieron de tu boca, en el tono y acento de tu encantadora voz, unas breves palabras de congratulación. Bebimos un par de cervezas y yo te invité a un encuentro literario, el siguiente jueves 7 de julio, en la Casa del Escritor, donde yo oficiaba entonces de presidente.

Ese jueves fue para mí venturoso –no como el jueves del triste poema de César Vallejo- y llegaste puntual a la cita, y nos sentamos en el sofá del fondo, el que está junto a la secretaría, y mientras se llevaba a cabo la presentación de un libro cuyo nombre no recuerdo, conversamos en breves susurros e intercambiamos palabras en el dorso de unas tarjetas de invitación, riéndonos de una frase pronunciada por el presentador, con dejo venezolano, que repitió tres veces el término “ternero mamón”. (Aún hoy, veintiocho años después, recordamos las peripecias de aquel becerro húmedo en el cuento de los llanos de Venezuela, y reímos como chiquillos).

Esas palabras inaugurales, dichas en la trémula prosodia del amor, iban a encadenarse con muchas otras, nacidas en los ámbitos de la filosofía y la literatura, de la poesía y el ensayo, de la narrativa y de la historia. Tanto nuestro mundo íntimo como el entorno donde se desenvolvían nuestros intereses existenciales, iba a conformarse de un lenguaje entendido entre una complicidad inteligente y la búsqueda y hallazgo de esas incitaciones que las palabras suelen develar y esconder, a la vez, en un juego –el nuestro- donde se mezclan lo erótico y lo lúdico, lo intelectual y lo lírico, atesorado en esos incomparables cofres de papel que llamamos libros.

Pero tus palabras iban a estallar en mí cuando cogiste la guitarra, esa noche del 7 de julio, en la sala del directorio de la Sociedad de Escritores de Chile, y cantaste tres canciones, entre ellas, esa compuesta sobre un poema de Gabriel Celaya, “La poesía es un arma cargada de futuro”, que yo había escuchado en la voz de Paco Ibáñez, pero a través de la tuya adquiría una dulzura entrañable…

Las palabras nos convocaron también para realizar tareas comunes de elaboración literaria. Entre ellas, hoy recuerdo la traducción que emprendimos del señero texto de Virginia Woolf, esa escritora superlativa que clamó como ninguna, desde las propias desgarraduras íntimas, contra la opresión padecida por las mujeres, desde los orígenes de lo que llamamos “civilización”, hasta ahora mismo, en que esto escribo para ti.

Pero tú lo expresaste bien, en palabras emocionadas, en el breve ensayo que escribiste para el libro Un Cuarto Propio, publicado por la editorial del mismo nombre, casa de ediciones que fundaste con Carmen Berenguer y Marisol Vera… Utilizaste con acierto la metáfora del río, para el fluir de esa breve e intensa vida de la máxima escritora del célebre grupo de Bloomsbury… Y aquí extraigo lo que me parece más esencial, de ese pórtico, para el disfrute de la inteligencia lúcida y anticipada de Virginia Wolf:

“En este ensayo, este río empieza como una corriente más o menos tranquila, a imagen del Támesis. Es el ir recorriendo las bibliotecas, los autores, paso a paso, autor por autor, libro por libro, hasta darse cuenta de que ese proceso, esa corriente que es instantáneamente la única posible, no tiene nada, o tiene muy poco que ver con ella. Cuestión que a cualquier niña o mujer le ha pasado, aún hoy, si ha estado en una biblioteca en busca de información. Esa extrañeza ante una cultura que ha sido conformada mayoritariamente por otros es a lo que Virginia Woolf responde con este ensayo maravilloso. Y con su muerte.

“No tendremos una vida mientras no tengamos nuestra propia biblioteca. Esta es nuestra conclusión, leído este ensayo en clave contemporánea. No sólo aspiramos a ser sujetos de contrato social, a romper ‘el espacio de las idénticas’: aspiramos a tener poder. Este es el primer asunto de Una Habitación Propia; para que la civilidad no siga siendo un pacto entre ‘Horacios’ no podemos seguir siendo ‘vergonzosamente ignorantes’. Virginia Woolf nos abrió un camino hacia la lucha por la libertad de ‘hacernos’; por seguir nuestras propias sendas sin ‘sacrificar un pelo de tu concepción, un matiz de su color’, en deferencia a nadie. Este acceso al ser-para-sí es el que nos posibilita este genial ensayo, que empieza por preguntarse por la relación entre ser mujer, escribir novelas y tener una habitación para una misma.”

¿Qué más podría yo haber agregado a tu análisis? Nada. Silencio admirativo, como el que muchas veces me provocas.

Solo puedo agregar que ambos tenemos nuestras particulares bibliotecas, en un solo librero que separa ambos estantes; el de la izquierda para tus libros de filosofía y pensamiento; el de la derecha, para mis volúmenes de literatura… Pero a menudo las palabras confluyen en parecidas apreciaciones, cuando compartimos una lectura y los conceptos filosóficos adquieren también un brillo similar al de la mejor escritura, y tú apostillas, certera, lo que te parece racionalmente débil, y yo gloso con ardor lírico lo que me parece dicho con la belleza del lenguaje poético.

Entonces, nuestras palabras pueden abrazarse, o pueden disputar, como dos espadachines entreverados en la arena dialéctica. Sin embargo, aunque la lid ocasional resulte ardua, tenemos la convicción de que las palabras son nuestras, que nos pertenecen, como el lecho donde el amor luce su elocuencia sin necesidad de palabras, vuelto puro tacto y silencio.

De eso, de silencio y de palabras, está hecho nuestro cariño, perdurable como las mejores palabras cobijadas en los libros.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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