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¿Prohibirías a una monja ir a la playa en Foz?

jueves, 18 de agosto de 2016
A veces se nos va la pinza. A todos sin excepción. Lo preocupante es cuando no solo no somos conscientes de ello sino que insistimos en el error y machaconamente reiteramos nuestros argumentos basados más en un prejuicio que en un razonamiento.

Esto es lo que se me viene a la cabeza cada vez que leo lo de los terribles problemas que hay con los “burkinis”, esa indumentaria que algunas mujeres musulmanas se ponen para ir a la playa y que tapa todo menos cara, pies y manos.

Recientemente en Foz vi a unas monjas paseando por la orilla de la playa y hace unas semanas (tengo que reconocer que con sorpresa) me encontré con una excursión de preladas haciendo el descenso del río Sella. Es llamativo ver a unas señoras con hábito metidas en una canoa de colores chillones, pero allí estaban, pasándoselo en grande que también tienen derecho.

No vi que nadie en el Sella ni en Foz pusiera verdes a las buenas señoras por ir con hábito a la playa o a remar, como es lo suyo, pero habría que ver si la reacción sería la misma en caso de tratarse de unas musulmanas con su “burkini”. ¿La diferencia? En el ojo del que mira nada más. Como mucho podríamos decir que el burkini deja adivinar mejor las curvas de la señora en cuestión y que son de colores más alegres, pero en esencia es exactamente lo mismo. Tapan lo mismo y dejan ver lo mismo.

En Cannes (Francia) ahora están multando en algunas playas por ir demasiado tapadas, y en Cataluña se empiezan a prohibir los burkinis. Lo que es la vida, antes lo habitual era justo lo contrario, que te sancionaran por enseñar carne en exceso. Lo sorprendente es que los mismos que defendían con uñas y dientes el derecho de una mujer a llevar un bikini o ir en top-less son los que ahora atacan el derecho de esa misma persona a taparse según le venga en gana, como si ir en pelotas fuera un convenio o una seña de identidad occidental.

Ese rollo de “si vienen aquí que se adapten a nuestras costumbres” está muy bien para que aprendan el idioma, conozcan sus derechos y, cómo no, sus obligaciones, y no se asusten cuando vean un toro corriendo por las calles de Pamplona el 7 de Julio. Pero de ahí a que haya una norma para vestir…

En España no tenemos, que yo sepa, unos mínimos de pierna que enseñar por ley o costumbre, y a pesar de las películas de José Luis López Vázquez persiguiendo suecas para escándalo de las señoras de la época, si una monja puede ir tapada no veo por qué no puede hacerlo otra persona que, directamente, lo haga porque le da la gana.

Ese es precisamente el matiz. “Porque le da la gana”. Si es una cuestión de imposición mal vamos, ese es el meollo del tema. No se puede aceptar que una mujer vaya vestida así porque se lo dice su padre, su marido o por presión de su entorno, pero si lo hace libremente ¿quiénes somos nosotros para decirle que no puede llevar la ropa que le apetezca? Nuestra costumbre precisamente es la libertad de que cada cual haga lo que le parezca oportuno. Si no se puede obligar a alguien a taparse, tampoco se le puede obligar a destaparse.

Supongo que habrá monjas a las que llevar hábito en la playa les parece el coñazo que adivinamos los que no lo vestimos, pero no por ello oigo a nadie hablar de prohibir su “uniforme” en los arenales porque están “sometidas al mandato machista del Papa”. O todas o ninguna, porque hacerlo únicamente con una religión concreta es racismo, ni más ni menos, aunque le llamen de otra forma por aquello de no quedar muy mal, al menos hasta que Trump gane las elecciones.

Entiendo que los ánimos están como están por todo lo que está pasando y soy el primero en aceptar que las normas seguridad afecten a la vestimenta. Por ejemplo, entendería normal que prohíban taparse la cara haciendo a la persona irreconocible, pero ni con un burka ni con una mantilla española puesta en plan “soy Antonio Banderas en el Zorro” o usar un pasamontañas para pasear por la calle. Aquí no hablamos de prendas concretas sino de principios, de protegernos colectivamente y de medidas de identificación.

De igual forma me parece incomprensible que en un colegio prohíban a una niña llevar un pañuelo en la cabeza mientras se le permite al mendrugo que se sienta a su lado ponerse la gorra de los Lakers o algún otro equipo americano (preferiblemente puesta al revés o a un palmo por encima de su cocorota contra todas las leyes de la física), como si eso fuera algo castizo a proteger. Si en clase no se puede llevar cubierta la cabeza, nadie puede llevarla cubierta… y si se permite a uno, se permite a la otra.

Personalmente no siento ninguna amenaza por ver a una persona vestida en la playa, menos aún si es una monja, y no vería lógico que se le obligara a optar entre ir enseñando cacho o no pisar la costa. A una musulmana tampoco.
Latorre Real, Luís
Latorre Real, Luís


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