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Carlos Lincomán

viernes, 25 de marzo de 2016
Hasta entonces, todos los pies desnudos
no se explicaban las razones de la lluvia.
Cristián Cottet


Por la carretera viene el viejo cacique, a paso lento e inseguro. Se detiene frente a mí y se queda mirándome, con la desmesura triste de sus ojos miopes.

-¿Don Carlos Lincomán?

-Sí señor, a sus órdenes.

Viste descolorido chaleco, pantalones oscuros y zapatones de trabajo. Los anteojos enmarcan una voluminosa nariz que remata en copioso bigote negro. Tiene un rostro perfectamente chileno, con rasgos indígenas más bien atenuados. Se expresa con claridad, meditando las respuestas. Su voz denota agobio físico y el viejo escepticismo de las etnias secularmente avasalladas.

-Nuestra juventud huilliche se interesa poco por las cosas de su pueblo, y los viejos son reticentes a la acción colectiva; viven absortos en sus preocupaciones de subsistencia. Pero, así y todo, muchos estamos decididos a defender lo nuestro, hasta el fin…

-Las morenas manos del cacique golpean con pausado énfasis sobre la mesa. Su respiración se hace dificultosa y los labios exangües quieren ahuyentar un rictus doloroso.

-La tierra, señor, eso es lo que defendemos; el patrimonio huilliche, esquilmado por el atrabiliario huinca (1); español ayer, chileno y gringo hoy… Nuestras comarcas son el butahuillimapu, las grandes tierras del sur, desde el norte de Valdivia hasta el confín austral de Chiloé. Es preciso revalidar documentos de propiedad, obtener títulos de dominio para las comunidades que aún quedan… Queremos escuelas donde los niños huilliches reciban una enseñanza orientada a conocer sus raíces, a rescatar su cultura.

-En la habitación contigua, la esposa del cacique y sus hijos menores disfrutan una teleserie brasileña. El ruido del televisor opaca los sonidos exteriores.

-Ustedes tienen una lengua propia, hermana del mapuche…

-Cierto, y muy hermosa, pero ya muy pocos la hablamos; sólo los más viejos, porque la juventud desprecia sus propios valores y se enajena con lo foráneo… Desde que irrumpió aquí la televisión, casi no se escucha el huilliche, y los jóvenes sueñan con irse a las ciudades el norte, “a Chile”, como se sigue diciendo por acá.

Sobre una mesa, apoyado en la ventana, está el bastón de mando, con empuñadura y pie de bronce, que simboliza el cacicazgo de Carlos Lincomán, hecho en madera de canelo, el árbol sagrado de los pueblos aborígenes que señorearon en el centro y el sur del largo territorio de la “Capitanía de Chile”. Hay papeles contables, facturas, libros de cuentas. Es la oficina de la comunidad, su lugar de trabajo administrativo.

-En noviembre de 1986 tuvimos nuestro congreso unitario en Valdivia. Nos reunimos allí, caciques y otros dirigentes, para analizar los problemas que afectan a nuestra raza… Los últimos años, como usted bien sabe, han sido de luchas e intentos de reivindicación; hoy, podemos decir que el sur indígena de Chile es una caldera a punto de reventar… Pero vea cómo actúan las autoridades huincas, siempre aliadas a los intereses de madereros y latifundistas; por otro, nos combaten con la represión, la mentira y el escarnio, al punto de tratarnos de “usurpadores”… A nosotros, que fuimos despojados sistemáticamente de la tierra y los bosques, -y ni siquiera para favorecer a otra cultura nacional-, sino para servir los apetitos oportunistas del capitalismo salvaje… El futuro se ve sombrío e incierto, pero no abandonaremos la lucha, jamás.

-En este fin de siglo muchas minorías raciales, en nuestra América y en otros continentes, padecen el mismo fenómeno, don Carlos.

-Así es. Sin embargo, en otros países hay mayor conciencia y respeto por los pueblos autóctonos, por los que dieron su vida y su sangre para hacer habitables las tierras que hoy benefician al huinca colonizador… Si contáramos nuestros muertos bajo el yugo de la centenaria expoliación, sumarían cientos de miles… Perdone usted, pero el mestizo chileno sigue siendo feroz e implacable con las etnias aborígenes, a las que suele ensalzar en una dudosa y oportunista épica.

-¿Y el presente, Cacique, el día a día de sus comunidades?

-Nos arrinconan, nos acosan. Adquieren con malas artes las mejores tierras y nos dejan cerros agrestes, monte infame y estéril, donde el trabajo es arduo y el rendimiento escaso. Las autoridades burocráticas, de un estado que no es el nuestro, nos niegan la sal y el agua, exigiendo condiciones, documentos y trámites imposibles de cumplir por los campesinos huilliches, generalmente analfabetos.

-¿Cuándo se hacen los guillatunes (2)?

-Ya no se practican, salvo más al norte, ya en territorio pehuenche (3) o mapuche… Aquí, los viejos que sabían organizarlos han muerto. Lo mismo sucede con juegos y fiestas comunitarias cuya tradición extraviamos, junto a la lengua y a la tierra de nuestros ancestros.

La mujer del cacique nos ofrece té, pan y queso. Comemos en silencio las sencillas viandas. De vez en cuando, don Carlos suspira, y sus ojos miopes parecen indagar en la lejanía.

-¿Va a estar muchos días en Compu?

-Tres o cuatro, no sé…

-Allá abajo, en la desembocadura del estero, pregunte por el “Viejo Encino”. Es un hombre que ama lo nuestro… Y disculpe que no haya podido atenderlo mejor, pero el hígado me tiene a mal traer… Tendré que viajar a Puerto Montt para ver un doctor.

-¿Un médico huinca, entonces?

-No hay más remedio. Ya no tenemos a los curanderos de antes, y la última meica que nos quedaba murió en el invierno pasado.

-¿Cómo se dice “amistad” en huilliche?

-Quimey, que es también sinónimo de bondad.


NOTAS
1. Huinca: en lengua mapuche, extranjero, intruso. En ocasiones, enemigo.
2. Guillatunes: Fiestas indígenas que consisten en rogativas rituales.
3. Pehuenche: rama del pueblo mapuche que habita los bosques del Alto Bío Bío.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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