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Transición en Salomé

martes, 19 de enero de 2016
En estos días de lluvia casi torrencial, me eché a la calle a pensar en cosas diversas, mientras la lluvia me recordaba múltiples hechos que Transición en Saloméconfiguran la historia de Compostela. Por las calles todo era agua, soportales, personas apresuradas y arte. Tiempo de reflexión.

Me gustan los períodos de transición. Lo nuevo llega arrasando, pero lo viejo se resiste a ceder protagonismo. Si miramos detenidamente, vemos mezcladas cosas de una época y otra formando un conjunto que, normalmente, suele ser armonioso. Quiero comentar una transición que es claramente visible en muchos monumentos, pero que yo voy a centrar en el pórtico de la iglesia compostelana de Santa María Salomé, madre de los Apóstoles Santiago y Juan, esposa de un tal Zebedeo.

La iglesia primitiva fue fundada por el Arzobispo Gelmírez, aunque de la obra original no queda casi nada. La calle en la que se encuentra, Rúa Nova, recibe ese nombre desde que se abrió en el s.XIV para facilitar la ida de peregrinos hacia la Catedral. La calle me evoca encuadres medievales como ninguna otra en Compostela.

Me dice un amigo que en las iglesias con pórtico, éste se utilizaba para realizar en él algunas funciones religiosas. Éste no iba a ser menos. Quiero detenerme en él y comentarlo. Las esculturas que vemos allí son muy posteriores a la fecha de construcción del templo. En lo alto de las archivoltas, hay una Virgen sedente, del siglo XIV. A ambos lados de la puerta, más bajas y accesibles a una contemplación serena, encontramos las dos figuras correspondientes a una Anunciación, con María ya embarazada. Es obra del s.XV.

Entonces eran tiempos nuevos, habían terminado los miedos de épocas pasadas, y se presenta a Jesucristo no como Juez, sino como Hombre venido al mundo a redimir. Arranca una nueva idea del cristianismo, con frailes que se han echado a los caminos a predicar la doctrina, lejos de lujos monásticos. Jesucristo ahora no es Juez que castigue, es Hombre que puede ser, incluso, amigo. Hablo del tiempo de comienzos del estilo llamado gótico, con un espíritu nuevo.

Se quiere representar esta idea nueva en las fachadas, en tímpanos, pórticos. Bien a la vista de todos, para que cale. Casi escondiendo al Juez de antaño. Y nada mejor para representar al Hombre, que justo el momento en que empieza a serlo, la Anunciación. Gabriel y María, dos figuras que se prestan a una representación simétrica a ambos lados de lugares por donde pasen los fieles. Licencias del arte, en este caso, a la vez que a Maria se le anuncia su maternidad, ya está embarazada para que sea más sencillo identificar el momento. Así la vemos en Salomé (de este modo llamamos en Compostela a esta iglesia, como si fuese de casa), con una mano acariciando su vientre, en posición de reposo, Transición en Salomédescansada, ilusionada. Feliz con la novedad. Vendrán tiempos mas duros, pero de momento, feliz. María, estatua de piedra que vive, con sentimientos que no esconde. Son cosas del tiempo, de los tiempos del gótico. Mientras, no muy lejos, en otro Pórtico, el de la Gloria, Moisés sueña y Daniel sonríe. Las figuras de piedra nos muestran lo que sienten o sueñan. Mientras, el ángel, divino enviado, hace gala de la dignidad de Aquel a quien representa.

Tiempos nuevos, y otros modos nuevos también. A María se le representa como gran dama. De alcurnia, con manto, tocado y túnica holgada, ya no es la mujer humilde del románico, aunque faltan siglos aún para que aparezca como la reina barroca que derrocha lujos y joyas superfluas. Pero ya se apuntan maneras. Como Gabriel. Hace honor a su Señor, ya lo he dicho, pero vaya ropaje que se gasta el criado… Túnica holgada, sobrevesta lujosa, manípulo en el antebrazo izquierdo, toda una colección de ornamentos que enaltecen su función, la que realiza en ese momento. Anunciar a Maria las previsiones divinas hacia ella. Lo que dice está escrito en una gran filacteria que sostiene con sus manos y que cae, amplia, desde su regazo al suelo.

Atrás quedan los muchos tímpanos con adoraciones de Reyes ante el Niño Rey, Dios y Hombre, de los que en Compostela existen sobradas muestras. Ahora es el Niño desnudo carente de símbolos de singularidad.

Me gusta mucho este pórtico en el que es posible encontrar muchos vestigios de pasados mejores. Las esculturas están policromadas. Gabriel es rubio y sus ropas tienen amplias zonas doradas, con cenefas y bordados simulados. También María presenta su policromía, o más bien restos de la que tuvo en su momento. Pero tras esa pareja de esculturas, aún es fácil descubrir una amplia policromía hermosa, con detalles vegetales y simétricos a ambos lados de la puerta, enmarcándola. Es más notoria en la parte izquierda, la correspondiente a la Vigen. Incluso en esa zona, es visible un texto que dice “Yglesia reservada”, que se corresponde con otro, más estropeado, en la derecha, en el que se lee “Refugio lex…”. Me gusta pensar que, antaño, tuviese derecho de asilo como otros edificios de Compostela, como el antiguo Hospital de los Reyes Católicos, hoy Hostal.

Tal vez para no molestar con demasiados aires de modernidad, se recurrió a la iconografía tradicional y, en lo alto de las archivoltas, se colocó una imagen sedente de María, también policromada, con ángeles incensando. Los ángeles son muy pequeños, la verdad. Yo suelo decir que para verlos “hay que quererlos ver”. Y es cierto, pues si no se buscan con premeditación o voluntad de encontrarlos, puede ocurrir que entre la oscuridad del sitio y el diminuto tamaño de los ángeles, más bien se perciban unos bultos similares a nidos de golondrina, que tampoco desmerecerían del lugar.

Me gusta Compostela. Mucho. Al lado de lo grandioso por sus dimensiones, no solo físicas, es posible encontrarse con monumentos casi olvidados, o dejados de lado, que no por eso son menos importantes. Nos permiten adentrarnos en épocas en las que se abrieron expresiones nuevas, o se experimentaron modos nuevos de representar lo de siempre, pero actualizado a los tiempos de cada tiempo.

Por eso es un recreo pasear por esta ciudad, como por cualquier otra que se conoce profundamente y donde se sabe leer lo que dicen sus piedras.
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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