Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

El cierre de la 'posguerra fría'

martes, 13 de octubre de 2015
La definitiva internacionalización de la guerra en Siria tras la reciente intervención militar rusa, confirmada tras la reciente reunión entre Vladimir Putin y Barack Obama en el marco de la Asamblea General de la ONU, junto con la firma del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) en Washington, son factores que certifican las claves del juego geopolítico que a nivel global están delimitando un sistema tri-multipolar que entierre definitivamente el breve interregno de la “posguerra fría” iniciada en 1991 con la desintegración de la ex URSS. En este sentido, el audaz retorno ruso a la escena global contemporiza las potencialidades del equilibrio estratégico establecido en los últimos años entre Washington y Beijing, toda vez el tablero del poder geopolítico está definitivamente trasladándose de la cuenca atlántica hacia Asia-Pacífico.El cierre de la 'posguerra fría'
Si la crisis de Ucrania de 2014 pareció retrotraer los recuerdos de la “guerra fría” entre Moscú y Washington, la guerra siria de 2015 ha certificado prácticamente el final de la “posguerra fría”. El vacío de actuación motivado por la indefinición de una “guerra de posiciones” en el escenario sirio, aunado a la indiferencia occidental, patente durante la crisis de refugiados, posibilitó la súbita intervención militar rusa en apoyo al régimen de Bashar al Asad en su lucha contra el Estado Islámico, acelerada desde mediados de septiembre.

De este modo, el audaz giro geopolítico otorgado por el presidente Vladimir Putin en Siria define su intención de apostar con fuerzas sus cartas en el tablero global. En este sentido, Putin no parece querer hacer concesiones dentro de lo que puede considerarse como la periferia geopolítica de actuación rusa. Una posición anteriormente ensayada con el proceso que llevó a la anexión de Crimea en marzo de 2014, precisamente a consecuencia del viraje pro-occidental en Ucrania tras la caída del presidente Viktor Yanukovich y de las potencialidades de expandir el arco atlantista hasta la mismísima periferia ex soviética.

En este sentido, la reunión entre Putin y su homólogo estadounidense Barack Obama la semana pasada en el marco de la Asamblea General de la ONU, la primera entre ambos mandatarios desde mediados de 2013, dejó entrever los cambios geopolíticos que están suscitándose en el escenario global, donde Rusia busca acomodar su posición bajo un contexto de final de etapa en el sistema internacional.

Estos cambios, eventualmente perceptibles en torno al pulso hegemónico establecido por la bipolaridad entre EEUU y China, definen para Rusia la apertura de una serie de oportunidades clave para reafirmar sus intereses y su posición en diversos espacios geopolíticos. Toda vez este proceso refuerza la perspectiva de multipolaridad sistémica, en particular ante el paulatino ascenso emergente de otros actores, en especial India, Irán y en menor medida Turquía, todo ellos con cada vez mayor voz en la arena internacional.

El retorno de Rusia
La reunión de Putin y Obama en el seno de la ONU y las cartas geopolíticas colocadas sobre la mesa dan pie para intuir el final del breve interregno denominado como la “posguerra fría”, iniciada precisamente tras la desintegración de la URSS en 1991.

Un aspecto que sobrepasa lo meramente simbólico, al menos para Putin, quien en su momento llegó a declarar que la desaparición de la URSS supuso la “mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. A consecuencia, la intención de Putin por recuperar el poder y la influencia global de Rusia, principalmente en el cometido de revertir los caóticos años post-soviéticos presidida por Boris Yeltsin y su notoria sujeción a los imperativos occidentales, se evidenció igualmente con otra postrera declaración, cuando en su momento identificó a la URSS como una “reproducción del Imperio ruso”.

Todo ello concuerda con su visión geopolítica por recuperar para el Kremlin los espacios de influencia en la periferia soviética y un amplio hinterland de actuación que abarca desde Europa Oriental (crisis de Ucrania en 2013 y 2014), Cáucaso (guerra en Georgia y secesión de Abjasia y Osetia del Sur en 2008), Oriente Medio (intervención militar en Siria, alianzas geopolíticas con Irán y Turquía, apertura estratégica con Egipto) y Asia Central, este último con la certificación del eje estratégico establecido entre Moscú y Beijing a través de la Conferencia de Shanghai y otros mecanismos de integración, en particular la Unión Euroasiática impulsada por Putin, y la Ruta de la Seda definida por el presidente chino Xi Jinping.

Poniendo énfasis en la geopolítica, Putin parece estar decidido a revitalizar el complejo militar industrial ruso, fortalecido a través de ingentes inversiones en este sector y con la plasmación de una nueva Política de Defensa Estratégica que cobró forma a finales de 2014. En esta nueva política de seguridad, Putin señala a la OTAN como una amenaza estratégica para los intereses rusos, toda vez ponía énfasis en la colaboración con nuevos socios, principalmente China e India a través de los BRICS y la Conferencia de Shanghai, y la potenciación de nuevos escenarios estratégicos de defensa, en especial el Ártico(1).

Para ello, Putin parece diseñar escenarios donde pueda poner a prueba la nueva capacidad militar rusa. La anexión de Crimea sirvió para entrenar la eficacia y rapidez de las Spetsnaz, las fuerzas de elite rusas, una intervención que creó preocupación en la OTAN precisamente por su eficacia y rapidez de actuación.

Con su reciente decisión de intervenir militarmente en Siria, Putin estaría habilitando un área de actuación para su renovada aviación, en especial los cazas Su-300. Este escenario se amplía al sistema defensivo. En enero pasado, Rusia e Irán firmaron un convenio de cooperación para dotar a Teherán de sistemas defensivos S-300. Con todo, la crisis siria y la intervención militar rusa parecen haber retrasado unos meses la habilitación del mismo.

Paralelamente, Rusia acordó en los últimos meses la sustitución del sistema defensivo chino por el S-400 ruso, un aspecto que refuerza los canales de cooperación estratégica cada vez más cercanos entre Moscú y Beijing.

Ampliando las perspectivas de su intervención militar en Siria, Putin no solo intenta cohesionar con China una serie de proyectos de integración de gran envergadura (Unión Euroasiática, Conferencia de Shanghai) sino de trazar estrategias de contención en Asia Central ante cualquier amenaza exterior, cifrada en la posibilidad de expansión de focos de inestabilidad (Afganistán), de cambios políticos impulsados por Occidente hacia la periferia ex soviética (“revoluciones de colores” en Kirguizistán y Tadyikistán), y de la posible infiltración de elementos “yihadistas” (Estado Islámico, Al Qaeda) a través de movimientos islamistas ya existentes en la región (Uzbekistán, Turkmenistán), con un presumible radio de expansión hacia otros focos insurgentes (Cáucaso ruso, uigures en la provincia china de Xinjiang)(2)

La cooperación entre Rusia y China tiene dos ejes estratégicos de actuación: Asia Central y Asia-Pacífico, este último escenario sumamente delicado por la presencia militar estadounidense, la persistencia de la crisis nuclear en la península coreana y las intenciones de rearme japonés.

Obama, el TPP y el rearme japonés
La certificación de la recuperación de la esfera de influencia global rusa, con su intervención militar en Siria, así como los recientes problemas económicos de China, que llevaron a la caída de la Bolsa de Shanghai a mediados de año y la depreciación sin precedentes de su moneda, el yuan, han persuadido a Obama a acelerar por la vía del fast track legislativo, algunos de sus planes geopolíticos estratégicos, poniendo énfasis en Asia-Pacífico como nuevo epicentro de poder.

Tras cinco años de deliberaciones, el pasado 5 de octubre culminaron en Washington las negociaciones para la aprobación del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés). Con ello, y si bien se han presentado críticas sobre el TPP por su marcado secretismo y su presunta benevolencia con los intereses de las multinacionales, en especial las farmacéuticas(3), Obama ha abierto uno de los mayores tratados económicos de la historia, un área de comercio que reducirá las trabas en los flujos económicos en un total de doce países y aglutinará a lo que supone un 40% de la economía global actual.

En la recámara del fast track legislativo, Obama tiene igualmente otro acuerdo pendiente: el Tratado Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP) con la Unión Europea, el cual reforzará la geopolítica atlantista. Como apéndice, Washington igualmente diseña un hipotético nuevo momento geopolítico en el contexto hemisférico latinoamericano, trazando una línea estratégica de actuación a través de históricas aperturas diplomáticas (Cuba), finalización de conflictos armados (Colombia), ralentización del crecimiento de potencias económicas (Brasil, México), cálculos de hipotético final de ciclo político de cariz progresista (post-kirchnerismo en Argentina, post-chavismo en Venezuela, post-lulismo en Brasil) y tensiones a través de los mecanismos de integración de mayor calado (CELAC, Alianza del Pacífico, UNASUR) con otros visiblemente más paralizados (MERCOSUR, ALBA)

Suscrito inicialmente en 2005, el TPP reúne en la actualidad a economías desarrolladas y emergentes como EEUU, Japón, Canadá, México, Perú, Chile, Brunei, Malasia, Singapur, Vietnam, Australia y Nueva Zelanda. El propio Obama justificó la necesidad de fortalecer cuanto antes al TPP al declarar esta semana que “cuando un 95% de nuestros consumidores viven fuera de nuestras fronteras, no podemos dejar que países como China dicten las reglas de la economía global”.

Esta declaración de Obama supone una clara advertencia hacia Beijing, cuyas bazas en Asia Pacífico también se han jugado con notable intensidad en los últimos tiempos. En junio pasado, China suscribió un Tratado de Libre Comercio con Australia. Al mismo tiempo, Beijing impulsa iniciativas como la Asociación Económica Regional Integral (RCEP, en inglés), que abarca a los diez países miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) con Australia, Corea del Sur, India, Japón y Nueva Zelanda, además de China. Otra iniciativa es la creación de una zona de libre comercio en Asia-Pacífico (FTAAP, en inglés), que integre a las 21 economías del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC)(4).

Con todo Beijing anunció con cautela su bienvenida al TPP, el efecto geopolítico del mismo no puede ser más contrariado para los intereses chinos, tomando en cuenta que EEUU y Japón, tradicionales rivales de China, se erigen como las potencias de esa área. Esta perspectiva se amplía más allá del área comercial. La semana pasada, el Parlamento japonés aprobó la reforma militar impulsada por el primer ministro Shinzo Abe de dar más competencias a las Fuerzas Armadas japonesas para intervenciones exteriores.

China protestó inmediatamente, instando a Japón a actuar con prudencia. Con todo, fuentes informativas japonesas especularon con que presuntamente el presidente chino Xi Jinping intenta contener a los grupos y lobbies antijaponeses existentes en el seno del Partido Comunista chino (PCCh), probablemente para evitar una escalada de la tensión entre Beijing y Tokio.

La reforma militar japonesa permitirá a las fuerzas armadas de ese país defender a aliados y prestarles apoyo logístico si son atacados, así como participar en operaciones de seguridad de la ONU y aquellas destinadas a asegurar rutas marítimas o a liberar ciudadanos japoneses secuestrados en el extranjero. Visto desde una perspectiva geopolítica, el apartado de asegurar rutas marítimas es una prerrogativa claramente orientada para contener a China, con el que Tokio mantiene litigios marítimos fronterizos, especialmente en las islas Diaoyu/Senkaku. Po su parte, el apartado de liberar a ciudadanos japoneses secuestrados en el extranjero tiene un claro destinatario: Corea del Norte, país que ha sido prolífico en las últimas décadas en secuestrar ciudadanos japoneses.

Con el TPP asegurado, y observando cómo Japón desea recuperar influencia internacional a través de una reforma que revitalice su sector militar, Washington parece observar cómo los equilibrios estratégicos globales se concentran cada vez más en el área de Asia-Pacífico. Y es allí donde Washington parece decidido a jugar una partida geopolítica con China, sin olvidar cómo reaccionar ante una Rusia que intenta erigirse como un nuevo socio exterior en Oriente Medio, abriendo las compuertas de un desafío a la tradicional hegemonía estadounidense en la región, cada vez más menguante.

El ajedrez sirio
Es por ello que la cumbre Putin-Obama en la ONU la semana pasada supuso un tenso momento de definición de cartas geopolíticas entre Moscú y Washington, con Beijing en tono expectante.

A ello deben agregarse algunos incidentes surgidos de la intervención rusa en Siria. Los recientes roces entre Turquía y Rusia por la breve violación del espacio aéreo turco por parte de un caza ruso Su-30 el pasado 3 de octubre dispararon diversas alarmas rojas entre Moscú y un país estratégico miembro de la OTAN como es Turquía, cuya posición geopolítica en los últimos años se había orientado a trazar líneas estratégicas de actuación hacia Rusia y China, así como de intentar fomentar, con menos expectativas y resultados tangibles, una mayor influencia en Oriente Medio.

Mientras Moscú asiste militarmente al régimen de Bashar al Asad a través de campaña de bombardeos selectivos contra objetivos del Estado Islámico en Siria, la reciente tensión entre Ankara y Moscú puede presagiar un incidente diplomático con repercusiones para la Alianza Atlántica.

La OTAN llegó a considerar esta semana que la intervención militar rusa en Siria ha alcanzado “su nivel más peligroso”, acusando a Moscú de presuntamente haber bombardeado objetivos civiles en Siria. Este incidente ocurre paralelamente a la crisis establecida por los bombardeos de EEUU contra posiciones talibanes en la localidad afgana de Kunduz, que impactaron igualmente en objetivos civiles bajo custodia de la ONG Médicos sin Fronteras.

Con todo, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, sumido en una crisis política tras su incapacidad para conformar un nuevo gobierno luego de las elecciones parlamentarias de agosto pasado, que llevaron a la convocatoria de unas nuevas elecciones presidenciales previstas para noviembre próximo, ha decidido pasar a la acción, especialmente hacia la Unión Europea.

Con las negociaciones de admisión estancadas desde hace años, Erdogan llegó esta semana a Bruselas para negociar mayores ayudas por parte de la UE para los dos millones de refugiados sirios que están acantonados en territorio turco. Turquía es el país que más refugiados sirios recibe y por el que pasa la mayor parte de los refugiados sirios, iraquíes y afganos que transitan hacia desde hace meses hacia Europa.

En 2012, Ankara pidió a la OTAN que se abriera un espacio aéreo al norte de Siria para ayudar con la oleada de refugiados sirios ante la violencia del Estado Islámico. En ese momento, las peticiones turcas fueron desoídas y desestimadas. Hoy, con la crisis de refugiados sirios en Europa, la Unión Europea se ha visto en la obligación de intentar cortejar a Turquía, la cual ahora aprovecha la ocasión para exigir el cumplimiento de varias demandas, entre ellas la eliminación de visados que se le exige a sus ciudadanos para ingresar en la zona Schengen(5).

Erdogan se ve así inmerso en una múltiple partida geopolítica que incluye a la OTAN, la Unión Europea, Rusia y colateralmente a Irán y China, los cuales también tienen prioridades dentro del conflicto sirio, especialmente en el caso iraní. Como Turquía, Irán se ve igualmente inmerso en una compleja partida geopolítica donde dirime sus alianzas tradicionales (Rusia, China y recientemente Turquía), las rivalidades regionales (Israel, Arabia Saudita, conflicto sectario entre sunnitas y chiítas, Yemen) y las posibilidades de una histórica apertura con EEUU que trastocará los equilibrios geopolíticos de un área estratégica que abarca desde el Mediterráneo, Oriente Medio, el Golfo Pérsico, Asia Central y el sur asiático.

Todas estas complejas variables evidencian cómo la reunión entre Putin y Obama en la ONU la semana pasada supuso el acta de defunción del sistema de posguerra fría establecido tras la desintegración del campo socialista, el cual definió las bases de la ahora contestada hegemonía estadounidense. Así, el contexto 2015 anuncia, preventivamente, las bases de consolidación de sistema presumiblemente tri-multipolar, donde tres grandes potencias (EEUU, China y Rusia) mueven sus piezas en un tablero geopolítico global que presencia nuevos actores emergentes (India, Irán, Turquía, BRICS).

NOTAS:
(1) “La nueva doctrina de seguridad de Rusia cita a la OTAN como una de las principales amenazas”, RT, 26 de diciembre de 2014. Ver en: https://actualidad.rt.com/actualidad/161547-putin-modifica-doctrina-militar-rusia
(2) M.K. Bhadrakumar, “Islamic State joins the great game in Central Asia”, Asia Times, 15 de julio de 2015. Ver en: http://atimes.com/2015/07/islamic-state-joins-the-great-game-in-central-asia/
(3) “Qué es el pacto secreto del TPP y por qué tiene que preocuparle”, RT, 6 de octubre de 2015. Ver en: https://actualidad.rt.com/actualidad/187727-cuales-son-peligros-ocultos-tpp
(4) “China extiende su influencia en Asia-Pacífico con el TLC con Australia”, La Vanguardia, 17 de junio de 2015. Ver en: http://www.lavanguardia.com/economia/20150617/54432354673/china-extiende-su-influencia-en-asia-pacifico-con-el-tlc-con-australia.html
(5) “Turquía: los refugiados, baza de negociación”, Informe Semanal de Política Exterior, Nº 956, 5 de octubre de 2015, pp. 3-4.

Roberto Mansilla, es analista del IGADI.
Mansilla Blanco, Roberto
Mansilla Blanco, Roberto


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES