Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

La Salvación

viernes, 02 de octubre de 2015
Para Sergio Gurguí, allende Los Andes.

¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?
En el 4° año de Humanidades del Liceo Don Bosco, de Gran Avenida, el padre Sebastián Gutiérrez, oriundo de Castilla, nos impartía las asignaturas de Castellano y Religión. En ambas, yo obtenía buenos resultados, bordeando la nota seis; en Castellano, hacia arriba, en Religión, hacia abajo, pero jamás menos de cinco…
A fines de ese año de 1955, el cura Gutiérrez nos impartía la segunda de tres clases sobre el espinudo tema de la salvación, bajo los predicamentos sólidos y rigurosos del catolicismo de cuño imperial y franquista.
-¿Qué es la salvación, padre?
-La salvación, hijos, es la liberación de un peligro o un sufrimiento. Salvar es liberar o proteger. La palabra contiene la idea de victoria, salud, o preservación. Con más frecuencia y propiedad, la palabra salvación se refiere a una eterna liberación espiritual.
-¿Y de qué o de quién somos salvados?
-En la doctrina cristiana de la salvación, como bien lo manifiesta el Nuevo Testamento y lo refrenda la Santa Madre Iglesia, somos salvados de la “ira”; esto es, del juicio de Dios ante el pecado, porque nuestras continuas faltas nos han separado de Dios, y la consecuencia del pecado es la muerte. La salvación, cristiana y católica, se refiere a nuestra liberación de las consecuencias del pecado, y por lo tanto, implica la remisión mediante el arrepentimiento y la gracia.

-¿Cómo nos salva Dios?
-En la doctrina cristiana de la salvación, Dios nos ha rescatado a través de Cristo. Específicamente, fue la muerte de Jesús en la cruz y su resurrección inmediata, confirmada en Pentecostés, lo que logró nuestra salvación, como inmerecido regalo de Dios por intermedio de su Hijo unigénito, que echó sobre sí todos los pecados del mundo.

-Entonces, padre Sebastián, ¿quiénes se condenan?
-Los que habiendo recibido la buena nueva del Evangelio y las enseñanzas del sagrado ministerio de la Iglesia, rechacen la Palabra de Dios y obren a su antojo, desconociendo la única verdad: la salvación por intermedio de Jesucristo y de Su Iglesia.
Por aquellos días, mi padre gallego había estado convaleciente de una bronquitis aguda, y aprovechó el forzado descanso para leer a uno de sus autores favoritos, Romain Rolland, esta vez su biografía sobre Mahatma Gandhi, de la que nos leyó –a los mayores- párrafos de la obra, explicándonos sus alcances más significativos… Yo sentí una profunda admiración por aquel líder del pacifismo mundial, aunque no practicase su doctrina con amigos y condiscípulos, menos en la cancha de fútbol, pero me parecía notable aquel personaje enteco y de apariencia débil que logró movilizar muchedumbres, derrotando al imperio más poderoso de su época.
En la tercera clase sobre la Salvación, me atreví a levantar la mano en medio de una pausa en la cerrada y ceceante prosodia castellana del padre Gutiérrez. (En los años 50 no se interrumpía a los maestros, salvo por alguna razón poderosa e inexcusable).
-Padre, de acuerdo a lo que usted nos ha explicado sobre la salvación, y teniendo en cuenta que Gandhi conoció los Evangelios, es decir, la buena nueva, pero que no se convirtió al catolicismo… entonces, ¿el Mahatma se condenó?
Cayó un silencio pesado sobre el aula. Algunos de mis compañeros me miraron, con cara de asombro e incredulidad. El cura tosió, cruzó sus manos peludas y regordetas sobre la panza que acentuaba la brillosa sotana negra, y luego de aventar una súbita carraspera, dijo, en tono sentencioso y rotundo, como si hablara desde el púlpito:
-Sí, se condena por toda la eternidad…
Debí callar, pero no pude contenerme. El demonio de la incontinencia verbal me hizo decir, alzando demasiado la voz:
-Y si Gandhi se condena, ¿qué queda para usted, padre Sebastián?
Fui suspendido por tres días, plazo que no se cumplió porque mi madre, católica ferviente y ejemplar, se entrevistó con el entonces Padre Rector, el benemérito Raúl Silva Henríquez, para revertir aquella sentencia. Ese año fatídico, mis notas finales, en ambos ramos fueron un misérrimo cuatro.
-Y sesenta años después, ¿qué piensa usted de la salvación?
-De la mía quizá no pueda responderle… Pero si es que adviene, será por el don de las palabras o no será… Lo demás, para mí, es “paja muerta”, como decía el bueno de Alfonso Castelao.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES