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Sin rodeos

sábado, 26 de septiembre de 2015
Fue Hillary Clinton quien en su etapa al frente de la secretaría de Estado planteó más activamente ante China la necesidad de hablar claro y decirse las cosas a la cara, con luz y taquígrafos, como expresión de normalidad diplomática entre ambos países. Así, ya se tratara de escaramuzas económicas y comerciales, políticas, ideológicas o estratégicas, los asuntos espinosos se fueron encarando -y nunca mejor dicho- con la apertura de un centenar de diálogos específicos con el objetivo de clarificar posiciones, evitar malentendidos y, lo más complicado, fraguar consensos. China, habitualmente blanco de las invectivas en materia de derechos humanos, aceptó el envite y no renunció a poner los puntos sobre las íes en los asuntos de mayor calado para sus intereses o, simplemente, para hacer valer sus puntos de vista de forma argumentada. Esa tónica forma parte hoy de la agenda y del modus operandi en las negociaciones al máximo nivel entre Estados Unidos y China.

Los presidentes Obama y Xi Jinping son conscientes de la interdependencia mutua que une a sus países y la necesidad de aunar criterios frente a los desafíos comunes. Hay temas en los que se puede seguir avanzando con relativa facilidad. Es el caso del cambio climático, como ya se demostró en noviembre pasado. En otros, como la mejora de la gobernabilidad financiera y la representatividad de las economías emergentes, cuesta más vencer las resistencias. Y ahí entra en juego la caracterización de China como un adversario, fenómeno en ascenso en EEUU, incluso en el ámbito académico, lo cual complica las posibilidades de hacerle un hueco incluyente a modo de reconocimiento efectivo de su nuevo status.

Por otra parte, tras los éxitos de Obama en Cuba o Irán, ambos presidentes podrían encarar la asignatura pendiente de la desnuclearización de la península coreana, el último gran escollo de la guerra fría. El creciente distanciamiento de Beijing con respecto a Pyongyang quizá podría facilitar las cosas.

En las semanas previas a esta cumbre se han anticipado algunos gestos significativos como el principio de acuerdo en materia de seguridad cibernética. Es un asunto al que ambas partes conceden suma importancia y habrá que estar atentos a su desarrollo. No obstante, parece insuficiente para abrigar la esperanza de un cambio de tendencia de fondo en unas relaciones bilaterales que durante la administración Obama se han conducido con meditada modestia cuando no abierta reserva. Las desconfianzas con que se observan iniciativas chinas como las rutas de la Seda, por mar y tierra, o el impulso de nuevos acrónimos como el BAII, el NBD de los BRICS o la CICA, en diferentes ámbitos, ponen a EEUU a la defensiva, temeroso de que China ponga en marcha una amplia operación envolvente destinada a erosionar su poder global.

A las apuestas excluyentes a la hora de suscribir alternativas y modelos de integración económica en Asia-Pacífico se suma la modulación de alianzas militares en un contexto de renovado auge de los conflictos en los mares de China. Se trata de un escenario preocupante que puede conducir a episodios de confrontación en el marco del auge de los nacionalismos y la modernización armamentista que se registra en la zona. El previsible fin del gobierno del Kuomintang en Taiwan abre un horizonte de incertidumbre en las relaciones a través del Estrecho, que estos años vivieron un tiempo de anhelada calma. La tentación de usar estos contenciosos para acreditar una estrategia de contención frente a China y el afán de Beijing por completar su auge económico con una solución rápida de contenciosos territoriales que asocia a su decadencia de otrora, entraña riesgos que nadie puede ignorar.

Asumir como principio el no agravamiento de los problemas pendientes buscando soluciones negociadas se antoja una demanda imperiosa. Ambos países deben acumular experiencias en tal sentido y evitar errores de percepción que conduzcan las diferencias a un punto de no retorno. Esa convicción no parece haberse fraguado aun. Por el contrario, toman cuerpo los signos que apuntan a un reto sostenido que refleja el cuestionamiento de la perennidad de las reglas y el orden establecido.

La capacidad de ambas partes para disipar los recelos mutuos es determinante para definir el rumbo futuro de sus relaciones. En ellas, hoy tanto podemos adivinar signos de cooperación como de confrontación. Los poderes integrales de ambos países tienden a igualarse y el momento de la alternancia podría estar más cerca de lo que imaginamos. Todo dependerá de la comprensión de las respectivas intenciones estratégicas, huyendo de los estereotipos y situando en perspectiva las singularidades de los respectivos sistemas.

Las dudas y recelos no son menores y de no disiparse pueden agrandar las contradicciones estructurales entre ambos países. China abjura de cualquier intención de expulsar a EEUU de Asia y reniega de cualquier ambición hegemónica, pero Washington, que se las prometía felices tras el fin de la URSS, se encuentra ahora con una rivalidad de una complejidad mayor. No aceptar la emergencia de China como una realidad inevitable produce inquietud y desasosiego. Pero intentar gestionarla para maximizar sus intereses no le será fácil.


Xulio Ríos, é Director do IGADI e do Observatorio de la Política China.
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