Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Los ricos

sábado, 22 de agosto de 2015
"Estar contentos con poco es difícil; con mucho, imposible".
Pearl S. Buck


Los ricos son pocos, aunque a veces parecen muchos; esto es porque figuran en primera fila, se les ve en sitios de moda y lugares llamativos… Según Alfonso Castelao, los ricos duermen mal y padecen de dispepsia; se debe a que están habitualmente en estado de sobresalto, temen ser robados, sufren de antemano por la posible pérdida de sus bienes. Por eso buscan gobiernos seguros, es decir derechistas, que les garanticen la seguridad y protección de los suyos y de su patrimonio. Cuando los gobernantes flaquean y se cierne en el horizonte la amenaza socialista, los ricos acuden a las fuerzas armadas, que son su garante natural, y a la Iglesia, porque se sienten con pleno derecho de poseer el paraíso en la tierra y la eternidad en el trasmundo, y la jerarquía eclesiástica les ha entregado las llaves de ambos reinos, junto a su justificación moral.

Los ricos no compran mano de obra barata, sino que “dan trabajo”, en una suerte de acto filantrópico y desinteresado. Por eso, hay que cuidarlos (a los ricos) como recomendara el sátrapa chileno Augusto, que de tanto protegerlos terminó haciendo ricos a los de su propia familia.

A menudo, los ricos explican su riqueza por méritos personales. Lo que tengo me ha costado harto, dicen, he trabajado de sol a sol durante muchísimo tiempo… No se percatan que esa afirmación constituye un olímpico sofisma, porque han existido, existen y existirán millones de seres humanos que han echado fuera los pulmones y han muerto tan pobres como empezaron. Entonces, el rico responderá que él tuvo buen ojo o alguna idea genial… Nunca va a reconocer que acertó un golpe de fortuna, ni menos que llevó a cabo operaciones non sanctas. Así, explicará la sentencia de Cristo: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos”, según un exegeta del papado: “Eso no se refiere al ojo de la aguja, de manera literal, sino al arco u ojiva de las puertas de Jerusalén, bajo las cuales debían pasar los camellos cargados, con gran precaución de no enganchar sus bultos en el borde de las ojivas”. Por lo tanto, es algo difícil, pero no imposible, porque la misericordia del Altísimo es infinita… Y el comercio de las indulgencias plenarias hizo ricos a muchos, bueno… hasta que llegó Lutero.

Para los ricos sajones, vástagos preciados del protestantismo, ha sido providencial Juan Calvino, con su doctrina de la gracia y la escogencia incontrarrestable de Dios hacia sus elegidos. La riqueza, pues (bien habida, en términos de ética burguesa), es una muestra viva de esa gracia que desciende sobre pocos individuos, como expresión de la voluntad divina. Por lo tanto, aquí no caben cuestionamientos sociales ni reivindicaciones de ningún tipo. Sería como discutir a los leopardos su derecho a devorar gacelas.

El antiguo providencialismo católico –que aún parece funcionar para algunos- ha previsto un mundo de ricos y pobres, como una suerte de estructura inamovible, cuyas limitaciones estriban sólo en comportamientos aconsejables para los dueños de la riqueza, en virtud de una supuesta sobriedad cristiana; y apaciguadores, en caso de potenciales rebeliones del pobrerío. Los flagrantes y masivos abusos infligidos contra el proletariado, a partir de la Revolución Industrial, posibilitaron la “doctrina social de la Iglesia”, que no pasó más allá de admoniciones y propósitos bienintencionados. A la jerarquía le afectaba el mismo temor a la revolución que a sus fieles enriquecidos. Y a la hora de inclinarse por unos u otros, la Iglesia se alió al franquismo y dio la espalda a los pobres, como tantas veces lo hiciera en su larga historia de madona rica.

Suponíamos que en una sociedad sin clases no existirían los pobres, y tampoco los ricos… Confieso mi asombro, amigo lector, cuando a los pocos meses del derrumbe de la Unión Soviética, aparecieron como por encanto más de un millar de multimillonarios rusos (¿soviéticos?)… En mi ingenuidad inadvertida, yo me preguntaba cómo era posible aquello, de qué manera habían acumulado esas fortunas, menos donde había sido desterrada la explotación del hombre por el hombre. Misterio que no logro dilucidar.

Ahora no me inquieta enterarme de los treinta mil millonarios chinos, nacidos en las barbas de Mao Tse Tung y Chou en Lai, compitiendo de igual a igual con sus pares estadounidenses… Me dan ganas de releer La Buena Tierra, esa edulcorada y lacrimosa novela de Pearl S. Buck, que la hiciera acreedora del Nobel de Literatura en 1938, para revivir la historia de Wang, el personaje principal, campesino analfabeto, al borde de la inanición, que se transforma en poderoso hacendado, merced a su trabajo pertinaz, al ahorro y a la adquisición sucesiva de tierras (acumulación)… Es el sueño americano vuelto emprendimiento chino. No faltará el crítico literario que otorgue a la señora Buck la calidad de vaticinadora (vate), ante el giro en ciento ochenta grados del actual “socialismo chino”.

Sabemos que en China trabajan miles de menores de edad, en un tipo de labor casera que permite su flagrante expoliación, en beneficio de grandes industriales de occidente, como es el caso del gallego Zara, por ejemplo, que opta por esas manufacturas baratas para acrecentar sus pingües beneficios. Cosa parecida está ocurriendo en la India, que muestra un “crecimiento” económico espectacular, según los macroeconomistas.

¿Y los cientos de millones de pobres chinos e indios, dónde están?
Detrás de los ricos, como siempre, trabajando sin pausa para hacerlos felices, o casi…
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES