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Cambio en el sistema democrático

sábado, 23 de mayo de 2015
El poder es del pueblo soberano. Los partidos políticos son meros instrumentos para representar dicho poder en las Instituciones Públicas del sistema democrático. ¿Obvio?. ¡Pues no…!Desde hace tiempo se ha pervertido el funcionamiento del sistema. Ni la división de los poderes públicos es tal, ni los partidos cumplen el mandato democrático. Amén de la corrupción, que siempre ha sido tentación humana, la partitocracia ha capturado y amordazado a la democracia.

Una mirada a la historia de la vieja Europa- cuna de la democracia- muestra nuevos problemas y demandas del pueblo, casi siempre coincidiendo con crisis de supervivencia para los habitantes y la presencia de algo tan pertinaz como el cabalgar de los cuatro jinetes del Apocalipsis del libro de San Juan. Hoy, en el primer tercio del siglo XXI, los que como Cervantes, estamos viviendo entre dos siglos -parecidos en lo convulso- vemos como la humanidad del norte señalada por Mario Benedetti, sigue tentada por la explotación de la humanidad del sur; pero esta vez el modelo se ha instalado en el propio norte, dónde una minoría hace negocios a costa de la mayoría que terminamos por convertirnos en meros asientos contables de sus presupuestos hacia el atesoramiento de la riqueza con el arma de los modelos económicos y la publicidad sin fronteras y sin ética.

Los románticos, los que seguimos soñando despiertos con un mundo mejor, los que fuimos educados en determinados principios morales, más allá de las religiones, los que tenemos la suerte de haber accedido a la cultura, -y la inquietud que provoca- necesitamos que vuelva la democracia. Que nadie trate de engañar nuestra inteligencia con el sofisma del derecho al voto y la posibilidad de la alternancia en el poder. Los partidos políticos son empresas que gestionan, a su interés, tanto el voto como la alternancia; buena prueba de lo dicho es que manipulan el voto -como las encuestas de intención- y manipulan la representación que les otorgan, con pactos y conductas despreciables, desde el momento que trasgreden los compromisos con el pueblo soberano y sólo sirven a sus objetivos de mandar a mayor gloria de sus bastardos intereses.

Las últimas operaciones sociológicas para evitar el cambio son espectaculares. No le dieron importancia a la indignación de las gentes, no estaban cuando las entidades financieras especulaban y terminaron al borde de la ruina, pero aparecieron, nuestras instituciones y mandatarios, para socorrerlas a costa de una deuda que nos hace más pobres, menos soberanos ante los prestamistas y huérfanos de confianza en el propio sistema democrático que, como en tiempos del feudalismo, diferencia entre señores y plebe.

Pero la historia es sabia y muestra que a grandes males, grandes remedios. Un buen día, el españolito de Don Antonio Machado, además de llorar cuando se queda sin trabajo, le quitan su hogar o pierde su dignidad para convertirse en pobre vergonzante al que dan de comer en bancos de alimentos o en comedores de Caritas, se convierte en desesperado que descubre que su miseria es compartida con millones de compatriotas. ¿A quién puede extrañar tal reacción si conocemos la historia de los españoles contra aquel poderoso ejército del Emperador Napoleón un dos de mayo de 1808?.

Si algo tiene de bueno el movimiento asambleario es que el que acude se sorprende al comprobar que: ni está sólo ante la injusticia, y de tanto tener miedo al poderoso termina por perdérselo y organizarse para recuperar la dignidad humana. Así surge el 15-M, así surge Podemos, así se frenan los desahucios en Barcelona, así se grita a los mandarines que "no nos representan". Así surge de la sociedad civil lo que estábamos pidiendo. Una nueva generación de dirigentes para refundar la democracia.

A los viejos partidos no parece preocuparles. Hasta que contra todo pronóstico los representantes de los viejos parias toman la Bastilla. Hasta que en una cita electoral emergen en la representación institucional. A partir de ahí, primero se preocupan y ahora con las nuevas citas ante las urnas, arteramente se ocupan. No pueden perder el poder en el que están instalados y que forma parte de la Europa de los mercaderes, de la globalización, de la pérdida de los derechos sociales, del ciudadano amaestrado por la necesidad de rendir pleitesías al que le puede dejar sin pan.

Hasta Felipe González -¿en qué se ha convertido aquel joven Isidoro de chaqueta de pana?. avisa del peligro y propone que los viejos partidos se unan para resistir la revolución del pueblo. La nomenclatura del poder no aspira a convencer al pueblo, le basta con asustarlo o con buscar miserias humanas que soporten la teoría del "todos somos iguales, todos tenemos vergüenzas, todos somos casta…".

En su manipular infinito, primero hay que destrozar a la izquierda, por su tradicional sensibilidad frente a la obscenidad capitalista, máxime tras la sustitución de los aburguesados de la etapa ZP; para ello le dan cancha al de la coleta. Pero se les va de las manos. Podemos llega a ser la alternativa al "predicador de Génova". Y recurren al alumno de Esade, que lleva años en Barcelona tratando de recuperar la conciencia social de aquellos catalanes que desean seguir siéndolo sin perder su condición de españoles. Y lo catapultan a la política nacional. Algún día se conocerá la historia de quienes, cuando y como, Ciudadanos decide hacer política en toda España. Hasta la torpe y oportunista Rosa Diez, con su miedo a perder el culto a su personalidad, sirve de instrumento necesario para la operación nacional.

Menos mal que el Reino Unido ha mostrado a las claras que aquellas encuestas de antes, antesala del voto útil, son meras estratagemas para manipular la indecisión del soberano ante la urna. Hoy: ni mítines, ni panfletos de colores, ni promesas de ayuda a la familia o de bajada de los impuestos, ni ridículos paseos en bicicleta -señor Registrador de la Propiedad, suba el sillín para evitar parecer un payaso de pista circense- ni lecciones de economía con premio al que desde las catacumbas, a poco que salga del agujero, puede presumir de PIB, de crecimiento en la UE de la troika; o lo más cruel, hacer creer a las gentes que hacen cola en las oficinas del INEM, que hay trabajo, cuando lo que hay es empelo basura que recuerda aquel pan de los pobres o de San Antonio que había en las viejas alacenas para cuando llegara un mendigo pidiendo a la puerta de nuestras casas.

Pero unas elecciones son un examen. Se examina el sistema de los viejos partidos con sus sobresueldos y sus vergonzosas corrupciones. Se examinan los nuevos aspirantes, que tendrán que mostrar si tienen propósito de enmendar el sistema, para ello deben evitar caer en los cambalaches de cambiar escaños por poder a la derecha o a la izquierda del padre putativo. Se examinan nuestros sueños de libertad, igualdad de oportunidades, dignidad ciudadana. Se examina la posibilidad del cambio, si se pueden conseguir.

Como decía Serrat en su canción. "Mañana puede ser un gran día…"
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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