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Cobrador de Pymes

viernes, 10 de abril de 2015
Paciencia: forma menor de desesperación disfrazada de virtud.
Ambrose Bierce


(Esta historia es verídica. Quien la cuenta omite nombres propios y de empresas, más que por prudencia, por miedo a represalias. Ya le advirtieron: “No siga haciendo olitas, mire que la situación económica está complicada, y usted todavía necesita trabajar”).

La empresa PYME equis, una de las tres a las que sirvo, recibió una solicitud de trabajo de su especialidad, en la última semana de marzo 2014, de parte de una constructora e inmobiliaria perteneciente a un poderoso holding del rubro. El servicio se ejecutó entre finales de marzo y la segunda semana de abril. El mandante emitió “orden de compra”, con las aprobaciones y “vistos buenos” de rigor, el 9 de mayo, por un monto que redondearemos en un millón y medio de pesos (US$2.500.--), solicitando que se facturase el servicio con fecha 6 de junio, para ser pagado en 30 días hábiles, como plazo máximo.

El escriba-contable, que cumple también la función de cobrador, llevó la factura recién emitida a las oficinas de la empresa mandante, ubicadas en el “barrio alto” de la capital, en el piso 18 de un espléndido edificio encristalado. En la recepción, una mujer de mediana edad, flanqueada por dos guardias de seguridad, le requirió su cédula, anotando en un voluminoso cuaderno los datos del visitante. –¿Viene usted de parte de alguna empresa? -Sí- respondió el escriba-contable-cobrador… -Suba entonces al ascensor 3; ya está marcado el piso-.

El escriba quedó sorprendido de aquella modernidad tecnológica, más aún cuando experimenta temor de ingresar en estos carros ciegos que suben y bajan, a menudo a gran velocidad… Ha escuchado y leído terribles historias de gente atrapada, y en este momento recuerda la narración de Ernesto Sábato, en su libro “Sobre héroes y tumbas”, cuando narra la atroz peripecia de una pareja de enamorados que mueren, de inanición y de locura, detenidos entre los pisos 12 y 13 de un inmueble, con aquella caja metálica vuelta catafalco circunstancial.

En el piso 18, un recepcionista, con cara de pocos amigos, recibe la factura y timbra con desgano las copias… -No le puedo dar fecha de pago, llame por teléfono a fin de mes-. El contable-escriba agradece y abandona el edificio, Hace un bello día fuera, un sol tibio se posa sobre el bien cuidado césped del monótono jardín. Si no fuese por las analogías literarias, por lo general tristes o pesimistas, el escriba-contable pudiera considerarse cerca de la felicidad, más aún si cuenta con dos mil quinientos pesos para zamparse un “berlín”, acompañado de aromático café… Se pregunta, como un niño torpe: ¿venderán berlines en la antigua capital de Alemania? Capaz que esto sea invento chileno, porque somos tan creativos…

En la fecha prevista, el contable telefonea para confirmar el pago. Después de veinte o treinta intentos, no logra establecer la comunicación. Una cadena de grabaciones le transporta, de manera virtual, a varios anexos que responden con voces de mujeres españolas o centroamericanas, alternadas con esa otrora hermosa melodía, “Para Elisa”, que hoy se ha trocado en torturadora melopea de pausas telefónicas (pobre Beethoven)… El escriba se arma de paciencia, cosa que viene haciendo hace más de medio siglo, y se dirige al edificio encristalado, que hoy huele a limpieza química.

El recepcionista examina la copia de cobranza de la factura, con el gesto de un científico que escrutara el microscopio, y le dice: -El cheque ya está emitido, pero le falta una firma-… El contable-escriba sonríe, esbozando el rictus de forzosa amabilidad… -¿Y cuándo cree usted que estará listo, es decir, con la segunda y providencial firma? –No le puedo dar fecha, pero llame por teléfono. De súbito, el escriba se acuerda de Kafka y del señor del castillo, y está a punto de endilgar una bofetada al recepcionista, pero se contiene, apelando a la prudencia del contable… -¿Sabe, amigo, es imposible comunicarse con el número que usted me indicó. –No se preocupe- gruñe el recepcionista –le daré el mail para que se contacte con la encargada de pagos.

Se suceden los correos electrónicos –de salida, entiéndase- sin que llegue ninguna respuesta. El escriba-contable-cronista se encomienda a sus antepasados gallegos, a esos que labraron la tierra durante quinientos años y conocieron la espera sin esperanza, y repite su visita al edificio de ramplón y ordinario cristal durante meses: desde julio 2014 hasta finales de octubre 2014, sin obtener respuesta clara a su demanda de pago. Ahora le ha sido posible hablar con la encargada, una morenota alta, de sonrisa impostada y grandes ojos irónicos. A ella le ha pedido, de manera infructuosa, que le comunique con algún responsable superior, con un subgerente, aunque fuere… Ella ha alargado aún más la blanca sonrisa, moviendo la cabeza con aire de conmiseración: -Eso es difícil, porque los gerentes están muy ocupados y no se les encuentra aquí… Tendría que mandarme un mail, solicitando la entrevista.

El escriba abandona por enésima vez el castillo de cristal. Hoy no tiene plata ni siquiera para un café, pero necesita un alivio urgente. Se dirige a las librerías de viejo contiguas a las torres de Tajamar, donde pasa una hora hojeando libros que quisiera comprar. Como es imaginativo, su parte de escriba propone a su parte de contable escribir dos sendas “cartas al director”, dirigidas a los diarios El Mercurio y La Tercera, donde existe, al parecer, un diligente solucionador de problemas, que toma contacto con los involucrados, evitando escándalos o rupturas innecesarias. Ambas facciones de su personalidad están de acuerdo; entonces, piden al cronista que las redacte, y las envíe, con copia a la morenota encargada de cobranzas y a un gerente que lleva nombre español compuesto y apellidos alemán e inglés, por parte de padre y madre, como corresponde.

A mediados de noviembre, el contable recibe un mail de la fémina de marras, donde le manifiesta, de manera escueta: -Puede venir a retirar su cheque-… Presa de la conmoción, el escriba-cronista vuela hasta el castillo, abriendo una sonrisa llena de esperanza ante la cara aburrida del recepcionista, quien le pone bajo los ojos los documentos para firmar “cancelado”. Pero un imprevisto detalle remece la conciencia alerta del contable: el cheque está fechado en 18 de julio de 2014. El escriba no logra reprimir la aciaga analogía; es la fecha aniversario número setenta y ocho del “alzamiento” o golpe de estado de Franco en contra de la II República. Vuelve en sí el contable, para decir: -Este cheque está caducado, no sirve ni como papel higiénico… Acude, presta, la morenota funcionaria, riéndose por dentro, mientras dice: -Déjelo, lo enviaré para que lo revaliden… No, no se preocupe, yo le aviso por mail…

Pasada la Navidad y luego de sesudas reflexiones incubadas junto al océano Pacífico, el escriba-cronista-contable lucubra la idea de escribir cartas certificadas, por separado, al Presidente y Vicepresidente, a cinco Directores y al Abogado del holding, encomienda que cumple ese día 26 de diciembre, aniversario de traspiés íntimos que no quisiera rememorar... El día 9 de enero de 2015 recibe un correo electrónico de la fémina amurallada. Dice: -Estimado, indíqueme la cuenta corriente, haremos un depósito-… El martes 13 de enero, el mail carece de asunto y de texto, pero hay un prometedor adjunto (attach), nada menos que el depósito aludido. El contable felicita al escriba, y éste al cronista. Las tres personas en una salen de la oficina a beber un litro de cerveza, bajo los treinta y cinco grados de canícula.

El escriba opina, en alta voz, a quien quiera escucharle, que esta nueva vía de cobranza epistolar, encadenada y piramidal, podría extenderse, como posibilidad de trabajo e ingresos, para tantos escritores en paro vital indefinido... A lo mejor las proletarias Pymes quisieran… Antes de terminar la frase, el contable sonríe, escéptico y numérico, mientras el cronista opta por concluir este escrito, con una palabra final que acepta, sabio y vocálico, el escriba:
Quizá.


2015, año internacional de las PYMES.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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