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Tertulias

martes, 24 de marzo de 2015
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Las tertulias o reuniones de personas afines en torno a temas comunes que se conversan o tratan en grupos, al parecer, se iniciaron como tales en la segunda mitad del siglo XVIII, en París, práctica surgida de los afanes de la Ilustración, que luego se extendería a Berlín, Viena, Amsterdam, Praga, Madrid, Lisboa y otras ciudades de acervo cosmopolita… Expresiones de una burguesía que buscaba el conocimiento como ideal filosófico, también como exhibición de prestigio social, pues aquellas reuniones solían ser encabezadas por mujeres, damas de alcurnia que convocaban a sus amistades entre la intelectualidad y las celebridades artísticas.

Famosos fueron los Salones Berlineses, animados por la joven judía Rahel Vernhagen, insertos en la antigua tradición hebrea que hizo posible, desde tiempos remotos, la instrucción de las mujeres en las letras y las artes, desafiando los cánones de la sociedad que prescribían para la mujer sólo quehaceres domésticos y de crianza. La familia de Miguel de Cervantes y Saavedra, de origen judío, conoció esta costumbre, que hizo posible la alfabetización de sus hijas. Este hecho le jugaría en contra cuando pretendió oficializar su “pureza de sangre” y condición de “cristiano viejo”.

En España, y sobre todo en Madrid, en la segunda mitad del siglo XIX, las tertulias se hicieron comunes en los cafés. Algunos de ellos, como el de La Montaña, El Colonial o el de Artistas, convocaban a los más preclaros intelectuales de la Generación del 98, como Jacinto Benavente, Ramón del Valle-Inclán, Manuel Machado, Miguel de Unamuno, Pedro Salinas y otros. Allí se dialogaba, se discutía y también se disputaba con la vehemencia propia de los españoles. En una de esas acaloradas discusiones, Valle-Inclán perdió su brazo izquierdo, luego de un terrible bastonazo que le propinara Manuel Bueno, ofendido por una crítica demoledora en su contra, publicada bajo la firma de don Ramón. Ofensa imperdonable entre pares, que podía llevar a batirse a duelo, con padrinos y pistolas..

Rafel Cansinos Assens, escritor sevillano radicado en Madrid, de origen sefardita, admirado por Borges, en su obra “La Novela de un Literato”, da cuenta, con maestría y humor, de las tertulias madrileñas en los días de la Primera Guerra Mundial, cuando la neutralidad española permitía el desarrollo de una vida más o menos normal para los artistas y bohemios de la época. Extraigo para ti, amigo lector, parte de esa crónica, titulada “El Colonial”:
“Poco a poco, sin yo pretenderlo, me veo convertido en cabecera de una tertulia literaria. Jóvenes poetas, tímidos como lo era yo en otro tiempo para los escritores que admiraba, se me acercan espontáneamente, se me presentan con un primer libro en las manos trémulas o simplemente con un verso no escrito en los labios, solicitando ser admitidos en mi círculo del Colonial. Nuestra mesa toma un carácter marcadamente literario, que aleja a los antiguos amigos como Alsagak, que, con aire de superioridad, miran a estos noveles atacados, como ellos dicen, del sarampión de la literatura…

“Lo cierto es que en este café ruidoso y bullente, de prosa y vulgaridad frívola, nuestro rinconcito es un pequeño Parnaso en el cual sólo se habla de literatura…, se recitan versos, se leen páginas inéditas, se hacen planes de grandes obras, se discuten valores… y se acarician sueños de gloria, que ponen ardientes de fiebre los ojos y los dilatan como estrellas…

“¿Quiénes son estos noveles, todavía ignorados de la Crítica, desdeñados de los colegas, que ya tienen un nombre, y que vienen a mí, como a un hermano mayor, en demanda de comprensión y ayuda? Siempre el mismo entusiasmo loco, la misma exaltación, los mismos ojos de fiebre y el mismo temblor en la voz…

“Entre estos noveles hay la natural emulación, los celos y menudas envidias, propias de todo grupo de humanos. Todos pretenden tener el secreto del arte y de la obra maestra, y todos miran con desdén al compañero. Todos, en una palabra, se creen genios…

“Con una sonrisa comprensiva y alentadora, les oigo sus versos y asisto a sus discusiones acaloradas, que a veces hacen volver la cabeza, asombrados, a los vecinos de mesa… ¡Qué vehemencia, qué gritos, qué disputas tan enconadas, no por una mujer, sino por esa cosa fantástica, irreal, que se llama literatura!...”

Recuerdo las reuniones en el bar Unión Chica, precedidos por el gran poeta Jorge Teillier, acompañados de Rolando Cárdenas y Aristóteles España, en los oscuros años 80’, cuando toda la bohemia vivía bajo sospecha y la noche era, sin eufemismos ni metáforas, la boca del lobo.

Ahora voy los lunes a la Sociedad de Escritores de Chile, procurando reeditar las tertulias en el refugio López Velarde, en torno al vino y la cerveza. Es como hurgar en los anaqueles algo desvaídos de la nostalgia… Cuesta conversar en medio del bárbaro ensimismamiento tecnológico que inunda la ciudad como negra epidemia.

Y aunque mi padre criticara a menudo mi excesiva facundia, yo, porfiado y modesto émulo de tertulianos célebres, encabezo una tertulia semanal en el Café Hamburgo, en la comuna de Ñuñoa, donde resido. Me acompañan amigos y poetas, entre los que destaco a Juan Antonio Massone, a Soledad Molina y a Manuel Andros. Asimismo, a mi buen amigo cordobés, ingeniero de oficio, Gregorio Dobao, y al productor de cine, antiguo compañero de afanes libertarios, Carlos Cabrera. Todos los miércoles, a partir de las siete de la tarde, abrimos este espacio para ejercer uno de los hábitos más placenteros y necesarios: conversar.

Te esperamos, buen amigo lector. Puedes hablar allí de lo que te plazca, y aun escuchar, que es un acto difícil en estos tiempos de incomunicación y de inocua algazara.

Edmundo Moure (Moderador de Tertulias).
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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