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Sergio, meu curmán

viernes, 20 de febrero de 2015
Mi primo-hermano Sergio crió desde muy temprano fama de trouleiro e lacazán... Fue un niño inquieto, díscolo, travie­so y pendenciero. Arribó a la adolescencia como potro cerril y turbulento, dispuesto a tragarse de una sentada los deleites del mundo, sin considerar para nada la oposición de los demás, incluidos parientes cercanos y remotos, amigos o rivales; tampoco la temible autoridad o la pretendida ascendencia de los mayores.

Moreno, de contextura delgada y fuerte, hizo gala de ánimo temerario. Era capaz de liarse a golpes con el más pintado, sin escatimar arrestos ni voluntad de acción... Muchos de nuestros amigos comunes y algunos parientes conocieron la certeza de sus rápidos puños...

El Negro, como le bautizamos desde pequeño en honor a su morenía, estaba muy bien dotado, virilmente hablando, por la madre natura. Esto nos permitió ganar algunas competencias donde se mezclaban la obscenidad y la coprolalia, mixtura sin duda galaica, corroborada por nutridos testimonios, literarios y de los otros. Si alguien lo duda, lea Mazurca para dos muertos, del paisano Cela...

Pródigo y enamorado, abusó de sus atributos y de un notable atractivo que excitaba a las féminas, desde las muy mozas hasta las bien maduras. Esto le acarreó indesmentible fama donjuanesca, la que constituyó, junto a su prestigio de eximio peleador, acervo de orgullos vitales.

El azar lo arrastraría con tentadores juegos, volcando su permanente ansiedad a esa incertidumbre, disociadora y dolorosa, del hallazgo súbito en brazos de Fortuna... Buscó la suerte en los caballos, en el naipe, en la veleidosa ruleta, en todos los sorteos y loterías. Sólo el dominó le devolvió parte de sus réditos; las sonoras fichas de nácar pocas veces le fueron esquivas, quizá porque en ellas había también un componente numérico que Sergio empleaba con maestría.

Sergio, meu curmán, fue juzgado con dureza por su tribu... Esto no debe extrañar, pues la gran familia no acepta que sus miembros disuenen, como no sea para triunfar y sobresalir dentro de cánones preestablecidos... La tribu tolera la diversidad, y aún la inteligencia que destaca, sólo como herramienta práctica para medrar en los acotados peldaños de su moral colectiva; jamás como ente crítico que ponga en peligro la estabilidad de sus códigos. Esta es una defensa de la especie en cuanto entidad formal y doméstica, preservación de suyo femenina.

Sin pelos en la lengua, sin ambages ni eufemismos, el Negro se las cantaba claro a medio mundo, y fustigaba a la otra mitad con filosa ironía. En esto quizá fue el más gallego entre los treinta y tantos niños y adolescentes que compartimos los ámbitos de Chacra El Olivo, territorio mítico donde se mezclaban usos y costumbres de Chile y Argentina con las viejas raíces de la Galicia campesina.

Mi primo fue generoso -manirroto, según el léxico tribal- y repartió sus sencillos y cálidos dones sin escatimárselos a nadie. Gastó su vida como una moneda de cambio: la dejó rodar por todos los caminos. Aguantó en silencio múltiples sacudidas de una azarosa existencia, cuyos riesgos buscara de modo inconsciente y continuo, y sólo fue doblegado por la última de aquellas, por el artero y derradeiro golpe que se abatió sobre él, la mañana del Viernes Santo de 1996, silenciando para siempre su enamorado corazón.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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