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Las hermanas Machado

martes, 13 de enero de 2015
“Está en la sala familiar, sombría,
entre nosotros, el querido hermano
y en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.”
Antonio Machado


Carmen y María Machado Monedero, dos de las tres hijas del pintor José Machado Ruiz, hermano menor de Antonio y Manuel, viven en Santiago de Chile desde hace sesenta años. Eran unas niñas muy pequeñas cuando arribaron, junto a su hermana Eulalia, hoy residente en Madrid, a un país desconocido y remoto. Sus padres, José y Matea, se habían embarcado antes con destino a Chile, en 1939, ayudados por Pablo Neruda, poeta universal y mentor de la empresa del Winnipeg, el “barco de la esperanza” que iba a traer a este finisterre a una pléyade de intelectuales españoles que huían de la guerra y la barbarie... Ellas, las tres niñas, fueron enviadas junto a otros infantes españoles, a la Unión Soviética, para preservarlas de la muerte. Transcurrirían varios años para que pudieran reunirse definitivamente con sus padres... Ese pasado, con toda su carga de tragedia y desazón, es hoy parte constitutiva de la fiel memoria familiar.

Entro en casa de las Machado, una tarde fría de invierno, premunido de máquina “digital”, para obtener fotografías que ilustren el capítulo dedicado a José Machado Ruiz, del libro “España, 1939: Los Frutos de la Memoria”, en cuya edición hemos colaborado con entusiasmo... Me reciben Carmen y María, damas de notable donosura, hermosas en la fina aura de su madurez otoñal. Percibo en sus nobles ademanes la dulce acogida que Antonio, el poeta, expresa en claros versos: “...amé cuánto ellas tienen de hospitalario”. Es eso lo que siento, el calor hogareño de antigua hospitalidad, tradición de estirpe y buena crianza, heredada de varias generaciones que forjaron una familia ejemplar, del más puro ancestro hidalgo y caballeresco.

Luego de amena conversación, Carmen y María se acomodan en un amplio sofá, bajo el hermoso retrato de su madre hecho por José Machado, de cuyo talento escribiera el célebre crítico de arte, Antonio Romera, también memorable pasajero del Winnipeg: “...Pinta jardines otoñales, caminos en el crepúsculo. O, surgiendo en la evocación, retratos de patriarcas y filósofos. A veces en las propias personas que viven a su lado, o de sus hermanos los poetas Manuel y Antonio”...
La nostalgia, con su agridulce sabor, se ha instalado entre nosotros mientras cae la noche sobre la gran ciudad. Entonces, Carmen cuenta cómo fue surgiendo, entre las manos de José, ese hermoso y raro libro, escrito en Chile y publicado por la Imprenta Provincial de Soria, en 1975, con el título de “Las últimas soledades del poeta Antonio Machado (Recuerdos de su hermano José)”, a través de cuyas páginas construye una amorosa biografía, hecha de finas pinceladas, como si fuera uno de sus mejores cuadros. Es un testimonio de amor fraternal en prosa escueta y, a la vez, de honda emotividad... Lo hemos leído con unción conmovida mientras trabajábamos en los textos sobre el exilio republicano español en Chile.

Me despido de Carmen y María Machado Monedero... Sentado en un vagón del metro, leo la justificación que José Machado Ruiz, el pintor sevillano, chileno de adopción, escribiera de su libro-homenaje al gran Antonio: “Por la honda y fraterna compenetración que nos unió toda la vida, esta memoria alcanzaría tan alto grado de interés que, de no haberlo hecho, habría dejado para siempre un vacío que ya nada ni nadie podría llenar”.

Entonces, la imagen poética se hace morada en la argamasa inolvidable del verso memorioso: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y de un huerto claro donde madura el limonero...”.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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