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La nueva Galicia del Sur

martes, 06 de enero de 2015
En 1567 era Gobernador de Chile don Rodrigo de Quiroga, lucense, lugarteniente del conquistador Pedro de Valdivia. Su yerno, Martín Ruiz de Gamboa, avezado marino y hábil militar, tomó posesión, el 31 de enero de ese año, de la isla grande de Chiloé, fundando la ciudad de Santiago de Castro, la villa más austral bajo la advocación del patrono de Galicia y de las Españas, ubicada en la misma latitud sur que corresponde a la latitud norte de la ciudad de Pontevedra. La historia consigna que la denominación de Nueva Galicia, con que Ruiz de Gamboa bautizara el archipiélago de Chiloé (o Chilhué, "lugar de gaviotas" en la toponimia huilliche), obedece a un homenaje implícito al entonces Virrey interino del Perú, Licenciado Lope García de Castro, Caballero del Hábito de Santiago; aunque hay quienes sostienen que el honor nominativo correspondió a su suegro y a su propia mujer gallega, doña Isabel de Quiroga.

Sea cual fuere la causa del homenaje, el nuevo territorio ostentaba un asombroso parecido geográfico con el Reino de Galicia, semejanza que iría extendiéndose a otros ámbitos y aspectos, tales como: mitología, creencias populares y rasgos comunes en el sincretismo religioso de ambos confines (1). Dos claves esenciales parecen iluminar este curioso enigma. Una de ellas, la más evidente, sería el proceso sutil de transculturación a través de conspicuos emigrantes gallegos, entre los que destacó Fray Hilario Martínez, sacerdote franciscano pontevedrés que consolidó y extendió las "misiones circulares", iniciadas por los jesuitas, hasta los más apartados rincones e islas de nuestro "archipiélago mágico"; la otra clave nos la proporciona la fenomenología, estableciendo la premisa de que "a entornos climáticos y topográficos semejantes corresponden similares creencias y cosmogonías".

Santiago de Castro es una pequeña ciudad costera que mira al "mar de los canales", dulcificada versión oriental del díscolo y proceloso océano Pacífico. En la primavera de 1950, ingresó por la rada del fiordo de Quellón una modesta goleta que traía a un inquieto pasajero. Era Eduardo Blanco-Amor, quien llegaba a Chiloé para escribir una de las célebres crónicas que integrarían su libro "Chile a la Vista", publicado en 1951 por Editorial del Pacifico. Luego de una travesía de diez horas desde la ciudad de Puerto Montt, apenas recobrado del aterrador zangoloteo y de los tranquilizantes que le procuraran angustiosa somnolencia, Blanco-Amor asomó a la cubierta mientras la pequeña nave se acercaba al muelle, surcando aguas ahora quietas, en medio de una bruma que velaba las verdes colinas donde surgían humos azulados y lejanos mugidos de reses... El poeta apoyó las manos en la baranda y murmuró a media voz, quebrada y lenta: "He muerto, vuelvo a Ortigueira". La voz del capitán, viejo lobo de mar chilote, lo volvió a la realidad: "Tranquilo iñor, esto no es Ortigueira, sino Quellón, en Chiloé...".

Con motivo de la publicación de mi libro "Galicia y Chiloé, confines míticos" por la Xunta, en el seno de nuestro Lar Gallego revivió una vieja iniciativa de su presidente, César Cifuentes Sánchez, la de dotar a la parroquia de Santiago de Castro de una imagen del Apóstol, de la que hasta la fecha carece. Así fue requerida al Secretario General para las Relaciones con las Comunidades Gallegas, y hoy tenemos en nuestra sede una hermosa efigie de Santiago Apóstol labrada por artesanos gallegos, la que entregará, de manera oficial y solemne, el domingo 29 de marzo próximo (2), a la comunidad castreña de Chiloé, Don Fernando Amarelo de Castro, en ceremonia preparada para la ocasión con la concurrencia del Obispo, Vicario General y Párroco de Santiago de Castro, junto a autoridades políticas e institucionales. Viajaremos con nuestro grupo de Gaitas y Danzas para cumplir éste y otros actos de fraternidad y acercamiento a esa remota comarca de Chile, quizá la única que posee una identidad cultural plenamente diferenciada.

Este sencillo acto litúrgico reviste especial significación, porque el culto a las imágenes patronales pervive con rara fuerza en las innumerables islas del Archipiélago de Chiloé, donde los "promeseros" cumplen con acendrada devoción los rituales de nutrido calendario devocional, atravesando el mar con sus botes y lanchas que llevan efigies de sus santos patronos para celebrar fiestas religiosas en las que se mezclan tradiciones católicas con formas paganas; resabios precolombinos confluyen en notable simbiosis, remitiéndonos a ciertas prácticas de la Galicia campesina donde aún parece latir el espíritu panteísta de celtas y suevos.

En la isla de Quinchao, la segunda en tamaño del archipiélago, en la hermosa villa de Achao, se encuentra la iglesia más antigua de Chiloé, construida por los jesuitas en el año 1750, hecha enteramente de maderas nativas ensambladas, sin poseer ni un solo clavo en su laboriosa armazón. Allí también asistiremos a una especial ceremonia, para luego cruzar el mar de los canales hasta la isla de Caguach, donde se venera la imagen barroca de Jesús Nazareno, que da origen a la fiesta religiosa más antigua del Sur de Chile.

Tradición viva, eso es Chiloé. Por ello quisiéramos preservar y extender su riqueza anímica y popular, para que su acervo no se transforme, como ocurre en tantos lugares y países, en pintoresquismo de fachada o turismo estacional, ajeno a la realidad viva de sus habitantes... Los laboriosos chilotes, marineros, pescadores y campesinos, siguen fieles al legado de sus ancestros indígenas e hispánicos, conciliando ambos mundos en el rito cotidiano de una existencia alimentada en el trabajo y la creencia, en la lucha por sobrevivir y en el permanente asombro de sus mágicos rincones.

NOTAS:
1. Ver “Chiloé y Galicia, Confines Míticos”, Colección “Estudios”, Xunta de Galicia, junio de 1997, de Edmundo Moure Rojas.
2. El autor escribió este artículo el 14 de febrero de 1998, luego, “marzo próximo”, se refiere a marzo de 1998, data en que fue entregada la efigie del Apóstol Peregrino a la Parroquia de Santiago de Castro..
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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