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Canto entre dos poetas

viernes, 14 de noviembre de 2014
Son del color del agua tus pupilas del
color del agua del mar. Desnuda, en
ellos se sumerge mi alma con sed
de amor y eternidad.
Manuel Magallanes Moure


La Serena fue fundada por Juan Bohón, en 1544, encomendado por el conquistador de Chile, Pedro de Valdivia... Se dice que el capitán extremeño, fundador de la capital del Reino bajo la advocación del Apóstol, en 1541, habría dispuesto ya aquel asentamiento en su largo viaje desde el Perú hacia el confín sur del continente, cuando cruzara los desolados páramos del desierto de Atacama, rehaciendo la triste derrota de Diego de Almagro, camino del finisterre austral, y descubriera las verdes ensenadas de Coquimbo y su río de aguas transparentes.
Así pues, según interpretaciones cabalísticas, la distancia entre Santiago del Nuevo Extremo y la bella ciudad del norte chileno correspondería a la que media entre la villa de La Serena española y Santiago de Compostela, de modo que las numerosas fundaciones de Valdivia estarían trazadas según la lúcida y hermética geometría de Campus Stellae, en la colosal proyección de las vastedades americanas.
Entre los títulos que ostenta la ciudad de La Serena está el de "la más hispánica de Chile", con su arquitectura colonial de atenuados rasgos barrocos y medio centenar de iglesias de piedra que han resistido terribles terremotos de la furibunda entraña ígnea de Los Andes... También "ciudad de los campanarios" y "perla de Elqui", mirando el azul y proceloso Pacífico, recostada en la suave llanura que la une al puerto de Coquimbo, por donde irrumpieron a asolarla Cavendish y Drake, piratas Ingleses y "caballeros de la pérfida Albión"
Aquí nació, en 1878, el notable y fino poeta Manuel Magallanes Moure, pintor, dramaturgo y crítico de arte. Su apellido paterno, de origen portugués, habría sido Magalhaes, en la suave grafía lusa. Por la rama materna provenía de la casa de la Quintá, en San Payo de Muradelle, Chantada, Lugo; hijo pues, de Valentín Magalhaes y de Elena Moure y Varela.
Alma nostálgica y saudosa, Magallanes Moure - casado a la sazón con una dama chilena de criollo abolengo, muy rica y ocho años mayor que él- amó a la excelsa poetisa Gabriela Mistral con un amor secreto que conocemos hoy a través de extenso epistolario descubierto por un exégeta impúdico...
La Mistral, oriunda de la villa de Vicuña, en el corazón del Valle de Elqui, donde crecen las uvas más dulces del planeta, las que rezuman su sangre licorosa en ese aguardiente de nombre quechua o aymará, el famosísimo pisco, cuya toponimia es "lágrimas del sol", hizo resonar las voces amerindias más allá de las veleidosas fronteras, para ganar, en 1945, el primer Nobel de Iberoamérica.
Los cielos del Valle de Elqui son también los más diáfanos y estrellados del hemisferio sur, y sus montes desnudos, que flanquean ubérrimos plantíos de vides y frutales, los de mayor concentración de fuerzas magnéticas... Astrónomos, adivinos, brujos, meicas indígenas e iluminados de diversas latitudes, han establecido en sus rincones abruptos pequeñas comunidades que huyen de la promiscua y bullanguera modernidad contemporánea.
Nosotros, grupo de músicos y escritores, junto a un publicista extravagante y a un octogenario pintor de temas eróticos, hemos arribado a la ciudad otrora serenísima para cumplir un ciclo de presentaciones veraniegas, asentándonos en el balneario de Puerto Velero, treinta kilómetros al sur de La Serena, enclave de blancas edificaciones mediterráneas con aire equívoco de Marbella o Cartagena andaluza.
Vistosos anuncios publicitarios y crónicas en los periódicos locales, daban cuenta de la "Semana de Cultura Gallega", con el atractivo adicional de una pareja de eximios gaiteros que amenizó las cálidas reuniones...
Mesa redonda, contrapunto y enriquecedor diálogo con público alerta y participativo, concurrencia numerosa entre la que destacaron escritores de Coquimbo y La Serena, especialmente invitados. Sobresalió, locuaz y chispeante, el orensano Enrique Iglesias Pereira, prolífico autor de más de treinta libros sobre temas gallegos, radicado en La Serena desde hace treinta y cuatro años.
El último viernes de febrero ofrecimos una gigantesca queimada junto al mar, con la participación de setecientas personas... El pisco de Elqui, de cuarenta y cinco grados de etílica picardía, reemplazó dignamente al augardente de oruxo con parecida y flamígera eficiencia. Ardieron ochenta botellas bajo la luz de la luna y los encendidos ojos de las féminas - fueren donas o doncelas- que adhirieron a los conjuros en lengua gallega, convocando a los espíritus de la fertilidad y el jolgorio...
La estadística, falaz diosa contemporánea, indica que hay pocos gallegos en Chile, si los comparamos con otras estirpes del flujo migratorio hispánico, pero ellos surgen, invariablemente, en todos los rincones de nuestra lanzal geografía, exhibiendo con orgullo los patronímicos de su origen, sin estridencias, pero con hidalgo desplante:
-"Soy Elisa Bahamonde, escritora serenense; mi abuelo vino de El Ferrol.”
- "José María Freire, a sus órdenes. Mi bisabuelo era de Lalín... Qué alegría este milagro de tener algo fresco de la patria gallega entre nosotros...
- "Fala vostede galego? Tamén eu llo falo... Son Cipriano Avella López... Meu pai veu do Grove a Chiloé - vostede sabe - á Nova Galicia do Sur... Dende alí emigramos ó Norte, a La Serena, polo reuma da miña nai...
El sábado, ya con la agridulce sensación del regreso, concurrimos al museo Gabriela Mistral, en la calurosa villa de Vicuña, que tiene un aire al tranquilo Mondoñedo estival... Mi fiel amigo poeta, experto y estudioso mistraliano, nos pregunta si hemos percibido el magnetismo agreste y lujurioso del valle.
- Hablemos mejor de emociones - le digo, porque cada vez que vengo a Vicuña siento vibrar el aura profunda de Gabriela, hermana espiritual de Rosalía en su común estro desolado... Es la misma sensación que nos conmueve allá, al otro lado de los mares, en la casa pétrea de Padrón. Sí, compañeros, Rosalía y Gabriela son el eje luminoso de nuestro quehacer, el delta donde se funden la poesía y la esperanza. Por eso Gabriela canta para nosotros lo mismo que cantaba a su enamorado Magalhaes Moure:

“Yo canto lo que tu amabas,
vida mía, por si te acercas y
escuchas, vida mía, por si te
acuerdas del mundo que viviste
al atardecer yo canto, vida mía”.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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