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Tertulia en la cabaña

viernes, 24 de octubre de 2014
…El ruido que hace el día
al llenarse como un vaso…
Efraín Barquero


Si piensas -apreciado lector-, que me refiero a una construcción rústica y remota, como Walden, la casa en los bosques, del sin par Henry W. Thoreau, el poeta propugnador de la “desobediencia civil”, te equivocas… Es apenas el nombre de un bar sito en la vereda norte de calle Providencia, una cuadra al oriente de calle Manuel Montt, lugar que hemos escogido, un grupo de parroquianos o feligreses de rancia prosapia bohemia, para animar la tertulia vespertina de los jueves, a eso de las 18:30 horas… Si concurriste a la anterior, la que organizáramos donde la Tchi, en Bar Amigo, durante más de diez años, te ponemos en alerta, pues tuvimos que abandonar aquel recinto, no por cuentas impagas o porque hayamos agredido a otros parroquianos ilustres, sino porque el local de nuestra amiga de Shangai fue volviéndose triste; primero, con la muerte de Adriana; y luego, debido al reciente pasamento del contertulio Tomás Leyton, camarada de buena conversación, cuyos estragados riñones se negaron a seguir funcionando, como si fuesen proletarios puestos en trance de huelga irrevocable. Además, el bar de la china se tornó demasiado ordinario, de una vulgaridad insoportable, donde era casi imposible mantener un diálogo fluido sin que algún desapoderado borracho se te viniera encima, abrazándote con sus babas etílicas, mientras inquiría: -¿Usted me quiere, compadre?; o aguantando la solicitud de ciertos macheteros que se arriman a tu mesa y beben, sin pudor, a cuenta de quienes pueden pagar un par de cervezas de litro. Ni hablar de seudo lectores que confunden a Manuel Rojas con Mariano Latorre o creen que Ortega y Gasset son dos escritores distintos.

Hechas estas necesarias salvedades, te extendemos una invitación abierta, compañero lector (el que acompaña), para que concurras, cuando quieras o cuentes con permisos superiores, a nuestra reunión de los jueves. Me permito decirte que el schop de medio litro de cerveza cuesta mil quinientos pesos; que la copa de vino te la sirven por mil pesos, y que una botella de tinto, de regular catadura, cuesta seis mil pesos… Pero estos datos son aleatorios, jamás condicionantes para disfrutar de tu buena compañía y entretenido gracejo, pues en esta iglesia, tanto el vino como la cerveza u ocasionales papas fritas y “perros calientes”, se comparten a la usanza de los antiguos cristianos (de esos que hoy brillan por su ausencia, hasta en las mejores familias; en las peores, ni hablar). Así es que si andas corto de fondos, vienes igual, hablas con el tesorero, el poeta Benito, o con el director crediticio, Gregorio Dobao; en caso de que estos dos cofrades no se encuentren, recurres al sevillano Antonio Gómez, fino repostero, hombre de muchos posibles, que jamás ha negado el líquido a un sediento, ni sus versos cantados a una fémina en estado de merecer… (No lo hagas con el cronista, moderador de la tertulia, menesteroso de hábito, quien lleva monedas contadas para lo justo, aunque nunca se sabe)...

Los temas a tratar son variados y libres; no hay una tabla prefijada ni tareas para la casa. Cada quien propone sobre la mesa el tópico de su ocurrencia… Benito suele abrir su ancho cuaderno, donde escribe poemas con ampulosa letra caligráfica, y nos sorprende con versos nuevos, cuyo sentido parece gravitar en el aire de la tertulia, mientras la prosodia tañe nuestros corazones bien dispuestos… Benito se disculpa de lo que él llama “precarios conocimientos” o “escasas lecturas”, a lo que yo retruco, diciéndole que posee el don de la poesía, maravilloso, inexplicable aun para hermeneutas, estructuralistas y sicologistas (y otros “istas” que creen poder acotar en un rasero mostrenco el fulgor o el duende de la palabra creadora). De paso me dice, muy campante, que mis ocasionales versos le llegan mucho menos que mis crónicas, las que elogia de manera espontánea y generosa… Después de las dos primeras copas, Benito lee en voz alta:

“Esos crueles conceptos de tiempo y espacio
que inexorablemente han puesto al hombre de rodillas
ante la sabiduría y el aprendizaje
del pequeño dios, el poeta”.


Aquí el verso parece desmentir la proverbial modestia de Benito, pero cabe entender que se trata de una fina alusión al poeta Vicente Huidobro, que sí se creía una privilegiada deidad de las palabras… Se suceden los comentarios, iniciados por el joven sobrino Cristián, quien anda por estos días cargando decepciones amorosas que lo vuelven algo triste… Gregorio, el ingeniero e ingenioso cordobés, pone la necesaria mesura de los juicios estéticos y sociales en este grupo apasionado y a veces hiperbólico, hasta que otro tipo de canto, el ancestral flamenco, empieza a resonar por las manos hábiles de Antonio y luego brota desde sus labios de andaluz bien dispuesto al difícil arte del cante jondo… Fernando Fuentes aguarda su turno para leer un poema suyo, que Benito aplaude con entusiasmo… Atruena la voz de bajo de Fernando Arriagada, para apostillar desde su experiencia de gestor de programas radiales de cultura… Florencio, dueño de la más difícil de las virtudes: saber escuchar, entrega su parecer, mientras pide al mozo otra ronda de copas y un plato de papas fritas de su propio cargo.

Yo, que suelo hablar poco, meto baza y leo “Las Nanas de la Cebolla”, de Miguel Hernández. Se produce breve conmoción. Benito analiza una estrofa, Cristián destaca la precisión inmejorable del lenguaje poético del hijo de Orihuela, y abre en la mesa un prodigio de la técnica: en su pequeño teléfono resuena de pronto la voz de Serrat, cantando con voz cálida y pastosa:
“En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre e cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.”


Echamos en falta a nuestra joven y bella musa, Cristina, que ha vuelto por unos días a sus pagos valencianos; también a Mariana, una porteña de Valparaíso que viajó a Santiago de Compostela para terminar su curso avanzado de lengua gallega… Por muy animadas que resulten estas reuniones fraternas del vino y la palabra, sin el encanto femenino se vuelven como vino aguado… Y eso sí que es lamentable, ¿verdad, Benito?

Sin desmerecer los aportes de la psiquiatría y de su brazo armado, el psicoanálisis, ni la sanación de confesores y gurús espirituales de vario origen, estimamos insuperable la terapia del diálogo desgranado entre sinceras libaciones, porque más allá de los temas literarios, históricos o sociológicos, en esta mesa podemos acoger confidencias de amores infelices, de fracasos financieros, de enfermedades incurables, de traiciones conyugales, de secretos deseos y de caídas sin retorno… Todo cabe en el ánima cordial y en la copa compartida.

A veces se nos unen clientes del bar que han venido a beber o a comer algo, cuando va muriendo la tarde y es necesario conjurar los amargores de la jornada. Todos son bienvenidos, siempre que su disposición sea compartir el sacramento verbal de la tertulia y abrirse a la buena amistad... Por razones de tácito estatuto, no se admite fanáticos de ningún tipo, ni ideológicos, ni religiosos, ni futboleros, que suelen ser los más detestables…

Hemos hecho nuestra la máxima de Sócrates: “Solo sé que nada sé”, y animados también por el “júbilo de comprender”, abrimos nuestros ojos y ensanchamos nuestros oídos como hombres de buena voluntad.

Ganas me dan de repetir el verso de aquel poeta árabe del medioevo español: “La verdadera amistad/ es como coger un trozo de la aurora/ en el cuenco de la mano”.

Pero no digo nada, salvo invitar a un brindis, porque las palabras de mis amigos han rebosado ya, dichosas y veraces, la cornucopia de la noche.

Será hasta el próximo jueves, en el mismo sitio y a la misma hora…
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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