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A Mariña

jueves, 13 de junio de 2002
Pasó la moda de ir al Mediterráneo de vacaciones en verano, a la busca del sol, el calor y las suecas.

Hoy las vacaciones son descanso, ruptura con lo habitual, en todo; razón que nos hace buscar lugares sin contaminación, hecho que está en proporción directa a las afluencias de gentes.

Nuestra comarca Cantábrico de la Galicia marinera, algunos ignoran que está en el norte de la provincia de Lugo, entre la desembocadura del EO que hace frontera con Asturias, y la desembocadura del SOR, que forma la ría del Barquero con la punta más al norte de España, en la Estaca de Vares.

Más de noventa kilómetros de costa de aguas bravas, plagadas de islotes que son viveros de los mejores percebes de España.

A Mariña tiene historia, monumentos, faros, fragas de árboles autóctonos, ríos y playas entre arenas blancas por el caolín que brillan cuando reciben la luz tangencial del sol, por la mica del granito.

O las playas que desaparecen con la pleamar como la de las Catedrales, cerca de la señorial villa de Ribadeo, en dónde fue ajusticiado por los patriotas de la francesada, el Marqués de Sargadelos, que escribió la primera experiencia de altos hornos en España; primero fabricando municiones y cañones, para por fin realizar su sueño de ilustrado para crear porcelana al estilo Bristol.

Viveiro es la ciudad del Landro, con imponente actividad portuaria de pesca en Cillero, pero que se vuelve mágico entre las sombras de los mayores eucaliptos en Chavín, dónde todos los agostos tiene lugar la romería de Naseiro.

Burela en el centro, que se transformó de aldea o simple cabo Brilo, en el puerto pesquero capaz de hacerle la competencia a los vascos de Bermeo y Pasajes.

Tres Kilómetros hacia la mar, dejando la ruta de un ignorado camino de Santiago, está San Ciprián o san Cibrao, con su capilla en el puerto que venía descrito en la cartografía del siglo XVII como Islas San Cyprianus.

Con cuatro magníficos arenales: Caosa, Torno, Lieiro, Cubelas, y dos banderas azules a menos de pocos metros, dónde la tradición y la leyenda da vida a la Maruxaina.
Foz y su Rapadoira; Vicedo con San Román, Xilloil, Abrela; Xove con Esteiro y Morás; son lugares para perderse entre las gaviotas a las que no parece importunarles el bañista del otoño.

Gentes curtidas por el viento, el salitre, la espuma de una mar que sube y baja al influjo de la luna.

Flores silvestres como las hortensias y los geranios, puertas de madera con llaves hechas en las viejas ferrerías.
Pero, no digamos lo que no es cierto. Somos gente de brumas y lluvia fina, de nordeste y poco sol; pero ahí está nuestro encanto, en nuestra manera diferente de vivir la vida, a pasos pequeños, con el ruido de la mar que nos duerme por las noches en las que hace falta una manta en la cama.

Somos poco conocidos, incluso ahora que tratamos de lograr que la Catedral del siglo XII de San Martiño sea declarada patrimonio de la humanidad.

Desde San Juan a San Bartolo, desde El Carmen a san Roque, pasando por Santiago y San Andrés al final de Noviembre, de San Antonio de la Regueira a San Tirso, o de la santa Cruz; todos y todas son razones para la fiesta popular en una tierra de juglares como los componentes de la Orquesta Variedades de Viveiro con mucho más de cincuenta años a sus espaldas.

Tierra de artistas que trabajan la piedra, la madera, la cerámica. Que pintan realismo con cielos grises diferentes, Escritores que siguen la senda de Maruja Mallo, o Álvaro Cunqueiro.

Esta bendita tierra tiene su propia Santa Compaña, su culto a los muertos, a los náufragos, a los que hubieron de hacer las Américas y no tuvieron suerte.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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