La perenne yihad

Tendemos a creer mayoritariamente que las masacres provocadas por yihadistas, ahora en Irak, Siria, Nigeria o Mali, comienzan tras la llegada el poder en Irán del ayatolá Jomeini, en 1979.

Aunque hay quienes las imputan al apoyo estadounidense a los talibanes en Afganistán contra los soviéticos en la década de 1980, que provocó la caída de la URSS y el nacimiento de Al-Qaeda a través del yihadista Ben Laden.

Pero eso ocurría mientras se desarrollaba la guerra durante toda esa década entre Irán e Irak, mayoritariamente chiitas, que provocó un millón de muertos en ambos bandos.

Se acusa también a la invasión de Irak de 2003 que desató una guerra civil entre los islamistas suníes, minoritarios pero con Saddam Hussein como líder, y los oprimidos chiíes, mayoritarios. Desde el inicio de la guerra hasta hoy, 188.000 muertos.

La izquierda radical y los islamistas más activos van más atrás: la refundación de Israel, en 1948, que provoca guerras constantes en esa área, pero hasta 1923 acribillada por el imperio otomano.

Realmente, cualquiera de estos momentos sólo coadyuvan. Las masacres se producen en el islam desde la misma existencia de Mahoma, que imponía con la que llamó guerra santa, la yihad, sus obsesiones espirituales.

Mahoma (circa 570-632) masacró unas veces y esclavizó otras a los pueblos en guerras santas contra quienes resistían a sus doctrinas; esa violencia doctrinal la mantienen sus sucesores más fanáticos.

En 680 las rivalidades entre sus sucesores del Califato político-religioso provocaron la primera guerra civil entre las dos nacientes sectas islámicas, la hoy mayoritaria sunita, y la minoritaria chiita.

Desde entonces pasaron 1.334 años y no ha habido uno solo sin alguna yihad en el mundo islámico y en el de presencia musulmana apreciable: unos contra otros, y ambos contra los infieles, nosotros.