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¡Silencio, se vive!

martes, 10 de junio de 2014
Por si todos ustedes no lo saben, aunque no les interese lo más mínimo, les diré que todos los viernes por la tarde, exactamente a las seis y cuarto del meridiano de Greenwich me reúno con grupo de meditación silenciosa, gente de uno y otro sexo, de diversas edades, de distintas clases sociales y de las más dispares ideologías, incluso creencias – si bien fundamentalmente cristiano, el grupo está abierto a todo el que buenamente desee participar en su dinámica – y podríamos decir que el que más y el que menos va allí por ver de encontrar lo que así como así no le es dado adquirir fácilmente en otros lados. El lema del grupo es muy raro: “Silencio y Bienestar”. ¡Será posible en los tiempos que corren y en todos los sentidos! El grupo se llama “Escuela de Silencio” y el viernes pasado me tocó a mí centrar la reflexión de ese día. Recurrir al siguiente “rollo”, que me atrevo a transcribir aquí por si a alguien le sirviese de algo.
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Ya sabemos cuál es el slogan básico de nuestra escuela de Silencio: “Sentarse y sentirse”. Mientras otros ponen en movimiento todos sus resortes y a veces se mueven con demasiada agitación para realizar su trabajo y poder así ganar el sustento de la vida, nosotros nos sentamos, no para ganar el sustento, sino para ganar la vida misma. Nos sentamos delante de la puerta de nuestra casa “no para ver pasar el cadáver de nuestro enemigo”, sino para ver pasar al amigo y dueño de nuestra vida, al Señor Dios, Nuestro Padre. Y así desde esta postura física, sentados, “nos sentimos”. Sentimos al Señor Dios, sentimos nuestra persona, sentimos la creación, sentimos los seres, sentimos el Espíritu de la vida, nos sentimos.

A este respecto no debemos olvidar que san Ireneo dejó dicho lo siguiente: “el hombre entero es un ser espiritual, porque ha sido creado por el Espíritu y es y posee el Espíritu”, y explica que en nosotros existen tres elementos, tres pisos por lo menos: el cuerpo, el alma o “yo” y el Espíritu Santo. Tal vez, pues, el secreto y verdadero negocio del hombre consista en esto: en sentir y admirar el cuerpo; en sentir y descubrir nuestra identidad (“yo”) y luego y al mismo tiempo, inseparablemente, “inventar” el Espíritu Santo, que está ahí dentro, desde el principio de la creación, dando forma a nuestra materia: “y Dios cogió barro, lo acarició con sus manos, respiró sobre él y le dio vida”.

Por eso aquí en el Silencio, en nombre de la vida y de la fe, a fin de encontrarnos y para seguir viviendo y creando, que es realmente para lo que somos personas, hacemos lo mismo que Dios, si bien en sentido inverso : tomamos nuestra vida, o sea, nos sentamos; inspiramos y espiramos, o sea, retomamos el ritmo de nuestra propia vida,; acariciamos las capas de nuestro cuerpo -lo sentimos- y, lógicamente, no hay más remedio, llegamos a nuestro Espíritu, a nuestro Dios, a nosotros propiamente tales. O sea, nos “in-ventamos”.

Trabajamos, pues, inicialmente con nuestra sensibilidad, que es lo que más tenemos a mano, y somos también. Con nuestros ojos sentimos la luz, sentimos y vislumbramos la luminosidad, mayor o menor o casi nula; con nuestro oído sentimos la armonía y belleza de la partitura del mundo y sus cosas; con nuestro olfato nos desperezamos en la fragancia bienhechora que exhala el universo; con nuestro tacto y con nuestras manos acariciamos y sentimos la textura y la forma, esa forma y textura nuestra, básica e irregular que se repite a diferentes escalas y modos en todos cuantos seres hay en la creación, en nuestro entorno. En esa creación que al comienzo fue instantánea para el tiempo y para Dios, y que ahora sólo es “repetición misericordiosa” de aquel instante, emocionante y sabrosamente presente.
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Y es así como cada día intentamos ganar la vida en nuestra Escuela de Silencio.

Esta mañana entramos a “sentarnos y sentirnos” al compás de los sonidos, en cuanto en ello sea servido el Señor, con la ilustración privilegiada del Bolero de Ravel. Lo escucharemos en el Silencio, como acostumbramos a hacer con todo.

Esta magistral obra dura tan sólo 45 segundos…si bien su interpretación llega a los 15 ó 18 minutos. Su desarrollo completo está ya contenido en la frase melódica inicial de los primeros 45 segundos, que se repite 18 veces en la combinación y alternancia genialmente articulada a cargo siempre de instrumentos agudos o graves por separado: las 9 primeras veces confiada a instrumentos agudos, que se van alternando unos a otros y combinando entre sí, apareciendo sucesivamente la flauta travesera, el clarinete requinto, el oboe d´amore, una trompeta con sordina, la trompa celeste y el flautín, que van repitiendo la misma frase melódica en un sube y baja tonal prácticamente invariable, hasta llegar a un quasitutti de violines, trompetas y corno inglés. Las 9 veces siguientes se confían a instrumentos graves en registro agudo, donde van desfilando uno tras otro, replicándose por breve tiempo, el fagot, el clarinete requinto, el saxo tenor, el sopranino y el soprano, y un tutti de flautas, saxofones, metales claros y violines, al borde ya del derrumbe y la coda final. Y siempre la percusión rítmica y continuada del tambor, los timbales y el platillo, y el pizzicato de arpa, chelos y contrabajos.

Todo el Bolero está completo en cada una de sus partes y cada una de las partes es, esencialmente en sí misma, toda la obra completa. Todo, un continuo ritornello. Una continua sucesión evolutiva e in crescendo de un único motivo resuelto ya en el momento original, y cuya realidad y belleza sólo se pueden captar y sentir en el silencio sagrado, intocable y obligado de la sala y nuestro; cuya consistencia, no sólo placer y gozo, sólo se alcanza en el silencio del escuchante que escucha, y cuya catarsis finalista, inherente a toda obra de arte, está llamada a producir inevitablemente y a su vez un silencio fecundo y creativo en cada uno de nosotros.
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Como en el Cosmos, como en el mundo, en el hombre y en su vida. Algo todo integrado; algo todo integrador, solidario; todo el transcurso al inicio; todo el inicio en el transcurso. Todo el Cristo ayer y hoy. Alfa y Omega. Instante y Permanencia. Yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros, ellos y ellas, Dios y Hombre verdadero: Yo y El. Todo algo y todo armónico y armonizador, escénico, bello, sobre-cogido, sorprendente e inevitable y únicamente en la acústica del SILENCIO… Y la percusión rítmica y continuada del tambor, los timbales y el platillo; el pizzicato de arpa, chelos y contrabajos: el Espíritu que golpea y late incesantemente en el corazón de mi materia y de la forma de Todo. En el SILENCIO, “la soledad sonora…la música callada”.

Y fue entonces cuando Jesús se les apareció y siguió una gran calma…Y aquella noche los discípulos recogieron muchísimos peces… ( Jn. )

Y es por ello, entonces, que gracias, que “¡ se apaguen los móviles!” y, por favor, ¡SILENCIO, SE VIVE!
Mourille Feijoo, Enrique
Mourille Feijoo, Enrique


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