Mimosas

Algo inexplicable tenía el perfume de las acacias en los años dorados de la infancia. Era un aroma único que se extendía en el frescor de las tardes de febrero como un presagio que anunciaba la llegada del carnaval.

El martes de carnaval, gente disfrazada se desperdigaba por los caminos, yendo de casa en casa sin que nadie les reconociese. Luego, para algunos, la vida seguiría siendo un carnaval durante el resto del año…

Todos los años, el miércoles de ceniza, después de los excesos del carnaval, el cura pronunciaba unas tremendas palabras en latín mientras imponía la ceniza a los fieles en la misa matutina: "Memento Homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris" (Recuerda hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás).

Eran unas palabras que invitaban a la reflexión, para llegar a la conclusión de que nada somos y en nada nos convertiremos. Pero se olvidaban pronto y de nuevo nuestra única preocupación era disfrutar al máximo de la vida en cada momento.

Mientras tanto, en las dulces tierras celtas la fragancia de las mimosas perfumaba la vida por algún tiempo en los esplendorosos días de la infancia, la verdadera patria del hombre según Rainer Maria Rilke.